Al oír esto, el joven reacciona y se yergue, irritado.
- En primer lugar, lo hice por ti, so desgraciado. En segundo lugar, para lo que me ha servido la carrera de las narices, a lo mejor hasta salgo ganando. ¿Sabes cuánto me pagaban en mi último empleo? No llegaba ni a ochocientos euros al mes, y eso con las pagas prorrateadas. Era una beca de mala muerte que no incluía ni cotización a la Seguridad Social, curraba como un condenado y los primeros tres meses me los pasé haciendo fotocopias y recados. Luego, cuando por fin me dejaron ponerme frente a una mesa de dibujo, hice un proyecto cojonudo y el jefe me lo sopló delante de mis narices.
El otro hermano, asiente, comprensivo.
- No, si visto de esa manera … Supongo que te enchironaron por partirle la cara a ese mamón.
Michael se encoge de hombros en un gesto de fastidio y le da una patada a una lata de Redbull que se encuentra en su camino.
- Ojalá. Por lo menos me habría quedado bien a gusto. No, me hice trincar atracando a un banco para que me metieran aquí. Bueno, en realidad no era un banco propiamente dicho, sino una cooperativa de ahorros – ante la mirada incrédula de su hermano, Michael espeta, enfurecido - ¿Qué querías que hiciera, si no tenía ni una mala pipa? Resulta que compré una a un ucraniano en el rastrillo de Tetuán, pero la condenada por poco me vuela los dedos de la mano cuando la intenté disparar por primera vez. Si me metía en un banco de verdad con la Mauser de plástico que llevaba, los seguratas me hubieran molido a porrazos, así que elegí un blanco más fácil. Por lo menos me saqué quinientos del ala y pagué los atrasos del alquiler.
- Fíjate, si tenías apartamento y todo. De verdad, Michael, ¿cómo has podido abandonar una vida así para meterte en el trullo? Sí, ya sé que fue para ayudarme, pero es que tenías tu trabajo, aunque fuese una mierda, tu apartamento, que …
- También era una mierda – le interrumpe Michael, ceñudo – Un cuchitril de 25 metros cuadrados, si llegaba, y por el que pagaba 400 euros al mes. Muy céntrico, eso sí, pero antes de entrar aquí me pasé un mes sobreviviendo a base de Tranchetes. Era tan cutre que cuando planeaba todo esto tenía que poner parte de los planos y artículos de periódico que iba recolectando en el tendedero, porque no tenía pared suficiente. Y mi compañero de piso mirándome como si yo fuera un terrorista que estuviera planeando otro 11-M o algo así. Si hasta llamó a la secreta y todo.
Linc se queda mirando a su hermano y por fin suspira, derrotado.
- Está bien, a lo hecho, pecho. Tendrás que apañártelas para sobrevivir aquí, hermanito. Mira, ante todo lo que tienes que hacer es no hincharle las narices a Petrescu, el mafioso rumano que controla ahora el cotarro.
Michael parece encogerse visiblemente.
- Pues tu advertencia llega un poco tarde, Linc. Acabo de hostiarme con él porque no me dejaba entrar en el grupo de mantenimiento de la prisión.
El mayor de los hermanos se lleva las dos manos a la cabeza y profiere una blasfemia muy malsonante que hace que los presos que están cerca de ellos se les queden mirando, extrañados. Tras unos segundos, Linc se controla haciendo un esfuerzo sobrehumano.
- La … madre que te parió, Michael. La has hecho buena. No, si cuando te vi el chirlo que tenías en la cara debí sospechar que las cosas estaban peor de lo que suponía.
- ¿Y quién te dice que esto me lo ha hecho él? – replica su hermano, desafiante y con un deje de orgullo, señalándose un moratón que tiene cerca del ojo derecho - Fui yo quien estaba llevando las de ganar cuando los guardias nos interrumpieron. Además, no parece habérselo tomado muy a mal. Me dijo que tengo pelotas.
- Eso es porque está pensando en cortártelas y hacerse un llavero con ellas. ¡Jesús, vaya embolao! Mira, lo que tienes que hacer es ir donde Ramírez, el jefe de los guardias y tratar de caerle en gracia, a ver si así duras más tiempo con vida.
El hermano menor hace un gesto de vaga incomodidad.
- Si tú lo dices. Aunque después de haberme puesto un poco chulito con él cuando entré aquí, dándole a entender que es un garrulo, dudo mucho que pueda ser santo de su devoción.
Linc cierra los ojos durante un breve instante y se pasa la mano por su cabeza casi rapada.
- Vale, está bien. De acuerdo. Pero ni se te ocurra denunciarle por el sopapo.
- No, si no fue él quien me lo dio – aclara Michael.
- Bueeeeeno. No todo está perdido. Siempre puedes intentar camelarte a Ratzinger.
- ¿Quién, el Papa? – pregunta Michael, ahora ya totalmente mareado.
- El alcaide. Le llamamos así porque es clavao al pontífice. Además, no es mala gente y tiene debilidad por los presos con estudios, como tú.
- Lo sé. Me llamó a su despacho y me dijo que como yo era ingeniero a lo mejor podía ayudarle con un diorama gigantesco que está haciendo y que representa la batalla del Ebro durante la Guerra Civil. Figúrate que se lo quiere regalar a la parienta. Para mí que está un poco pasado de vueltas. Le dije que yo pasaba, claro. Si me ponía a pintar figurinas, ¿cuándo iba a cavar para sacarnos de aquí?
- Y te atizó – concluye el hermano, el semblante completamente inexpresivo.
- No, qué va. Puso morros, pero me dejó ir sin más. Pero no te preocupes, ya he dado los primeros pasos del plan de fuga y he conseguido entrar en la enfermería con la excusa de que me había dado una lipotimia. Es muy fácil de fingir si sabes cómo hacerlo. La clave estará en camelarse a la doctora, que, por cierto, está un rato buena.
- Michael, la doctora es Sara Astarloa, la hija del delegado del Gobierno.
- Ya lo sé – replica Michael, con mirada soñadora.
- ¿Sabes también que es del Opus?
- Pues no, eso no lo sabía. Ahora me explico porqué me arreó el guantazo cuando me insinué palpándole la retaguardia. Pero tú tranquilo, eso significa que no tardará en estar en el bote y … ¿Adónde vas, Linc? ¡Liiiiiiinnnc!
FINIS