Para los que no sabéis por lo que estoy pasando y que ha
causado que tenga el blog abandonado durante tanto tiempo os lo voy a contar en
la medida en que mis fuerzas me lo permitan.
Me remonto al último fin de semana de enero. Comencé a
sentir síntomas de lo que yo pensaba que era el resfriado que me había
contagiado Pedro. Esperaba -¡ilusa de mí!- que el lunes siguiente estaría
recuperada para ir a trabajar. Al parecer, ese lunes estaba tan dormida que
Pedro optó por dejarme descansar y avisó al conserje de que no iría. De todo
esto y de lo que ocurrió a continuación no recuerdo apenas nada, así de mal me
encontraba, os lo refiero conforme me lo contó Pedro a posteriori. Llegó la
noche y mi mente apenas coordinaba, por lo que Pedro no dudó en llevarme a
urgencias. Bendito sea, porque de lo contrario yo no estaría aquí contándooslo.
No recuerdo las pruebas que me hicieron en el Centro de
Salud ni que me llevaran en ambulancia al Hospital General de Alicante. Sé que
cuando abría los ojos veía alucinaciones, como paredes escritas cuando estaban
en blanco. Tomé medio conciencia de lo mal que estaba cuando intenté rezar y no
me acordaba del Padrenuestro.
Según el parte del hospital, la insuficiencia respiratoria
aguda que presentaba se debió a una gripe que para el común de los mortales
hubiese supuesto unos días de malestar, pero que para mí, por mi enfermedad,
derivó en neumonía. Por si fuera poco, he perdido vista, me pusieron los brazos
como un ecce homo entre analíticas y vías, y me detectaron un problema en el
riñón, supuestamente causado por la medicación. Mañana me harán una analítica
para confirmarlo.
Desde ese martes 3 hasta el miércoles 11 en que me dieron el
alta en el hospital transcurrió más de
una semana de tortura, no por la multitud de pruebas que me hicieron (analíticas
de todo tipo, electros, radiografías, ecografía, gasometría,…) sino por el
tedio que supone la vida hospitalaria, más cuando falta la salud. Pedro me
llevó el ordenador pequeño para ver películas y series o leer pero no me apetecía
en absoluto, ni siquiera contestar los whatsapps.
Lo peor eran las noches, no solo para mí sino para quien me acompañara, bien mi hermana, bien Pedro. No encontraba la manera de dormir, aún menos cuando empecé a usar un ventilador CPAP, acrónimo de Continuous Positive Airway Pressure, como el de la foto. Es un respirador artificial que introduce aire en mis pulmones y ayuda a mis músculos de la respiración, debilitados por mi enfermedad. El problema no es que me sienta como Darth Vader sino que no se ajusta a la perfección, se me desplaza en el momento en que yo me muevo y me dificulta aún más conciliar el sueño. Según el neumólogo, he de llevarlo de por vida para dormir y durante el día las horas que lo precise. Por ejemplo, llevo un rato escribiendo sin él y ya me noto cansada.
Eso es lo que peor llevo. Pensaba que, una vez en casa, me recuperaría pronto, y ya llevo dos semanas. Estoy mucho mejor, no cabe duda, pero ni mucho menos preparada para salir de casa y trabajar. Parafraseando a Sabina, me pregunto quién me ha robado el mes de febrero. ¡Con las ganas que tengo de retomar mi vida cotidiana de antes!