Ayer se celebró en Agost la festividad de la Virgen de la Paz, nuestra patrona. La víspera por la noche tuvo lugar en la iglesia la tradicional serenata en la que paisanos míos cantan composiciones antiguas de alabanza y peticiones a la Madre de Dios. Yo nunca lo he hecho, primero, porque entre los dones que Dios me concedió no está el de cantar con la más mínima entonación; y segundo, porque me embargaría la emoción y me echaría a llorar. Por mucho que me encanta este acto, no me atreví a ir a causa del resfriado que aún arrastro, y es que en la iglesia suele hacer frío. Preferí reservarme para la misa mayor del día siguiente.
Como todos los años, la iglesia estaba a rebosar. Mucha gente que a lo largo del año apenas se acerca por la parroquia no falta ese día. Cantó el coro parroquial, tocó una de las bandas del pueblo, participaron festeros, las reinas de las fiestas... No cabía una aguja en el templo. Otro tanto sucedió por la noche en la procesión. Quitando a los pocos que estábamos mirándola, el resto de mis paisanos iba cirio en mano acompañando a la Virgen de la Paz. Tras la misa, se disparaba una traca, pero, conociendo mi aversión por la pólvora, entenderéis que me fuera pitando a casa huyendo de las explosiones estruendosas. No obstante, sí salí a la puerta de mi casa a ver el castillo de fuegos artificiales que ponían punto final a la jornada y que este año fueron de lo más espectacular que nunca haya visto. Cómo serían de buenos que incluso Pedro, siempre quejándose de que en Agost no sabemos de pólvora, lo admitió.
En la foto estoy ante el ayuntamiento con mi prima Laura y su hija Laura Nieves, ahijada mía, que es una de las damas de honor de las fiestas.
1 comentario:
Qué solemnes estais las tres!
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