A continuación viene una frenética carrera por los vetustos tejados de Toledo, perseguido por los valerosos jesuitas. Bernardo, sin saber a ciencia cierta ni lo que hace ni lo que está pasando, corre y salta que se las pela, impulsado por el más ciego terror. En esto, uno de las techumbres falla y él cae dentro de una vieja casa. Al aterrizar aparatosamente, como tiene el brazo hacia arriba y la pistola aún en la mano, se le dispara el arma, lo cual hace que sus perseguidores, que están a punto de darle caza, reculen y se lo piensen antes de saltar por el agujero que se ha abierto. Como resulta que es un conjunto de casas abandonadas, comunicadas entre sí por un patio interior, como una corrala madrileña, Bernardo consigue llegar hasta la calle y dar esquinazo a sus perseguidores.
Exhausto y jadeante, perdido en una ciudad desconocida y tras haber pasado por una experiencia terrible, a Bernardo no se le ocurre nada mejor que volver al burdel donde ha estado horas atrás, descansar allí y luego ir a las autoridades para dar parte de lo que ha visto. No le cabe la menor duda de que creerán en su testimonio, ya que se darán cuenta de que es un buen ciudadano, de irreprochable familia de militares y no tardará en aclararse todo.
Entre sus nebulosos recuerdos y la información que le proporcionan un par de serenos con los que se encuentra, llega a la casa donde estaba ubicado el burdel. Para su sorpresa, hay cierto alboroto en el lugar: dos coches aparcados con pinta de ser de la policía, vecinos asomándose, curiosos en las aceras… Un oscuro instinto impulsa a Bernardo a utilizar la puerta trasera que le enseñó su agradable compañero de viaje en el tren. Cuando entra, ve que el jaleo es aún mayor que en la calle y, de repente, una de las chicas, vestida escasamente con su uniforme de trabajo y con el rímel cayéndole a chorros por la cara debido a las lágrimas, señala a Bernardo y empieza a gritar como una descosida. Nuestro protagonista se queda paralizado y, mientras el resto de las chicas huye en desbandada atropellándose unas a otras, deduce de los gritos y exclamaciones que Greta, la meretriz con la que él estuvo (y a quien dejó llena de fastidio, pero en excelente estado de salud), ha sido brutalmente asesinada.
Cuando los policías se dirigen hacia donde proceden los gritos, se tropiezan con las chicas que huyen en dirección contraria, lo cual le da a Bernardo unos preciosos segundos para recuperarse y salir como alma que lleva el diablo por la misma puerta trasera por la que ha entrado.
Empieza así una agitada noche en Toledo, pues los jesuitas por una parte y los policías por otra buscan frenéticamente a Bernardo, quien consigue encontrar refugio en una pequeña bodega abandonada en las ruinas de una casa bombardeada. Tras dormir unas pocas y agitadas horas, por fin tiene oportunidad de examinar cuidadosamente el libro cuya entrega se le ha confiado. Más que nada lo hace para calmar sus exhaustos nervios, ya que los libros son para él algo familiar y tranquilizador, ajeno al desbarajuste en que se ha convertido su vida en las últimas horas.
El libro en cuestión se titula “Sobre el corazón de las mujeres”, y su autor es nada menos que el mismísimo Giacomo Casanova. Al estudiar su portada, ve que no figura ni el impresor ni el editor, aunque en el preámbulo se menciona que ha sido escrito durante la estancia en España del empedernido conquistador. Su propósito, según confiesa él mismo, es dejar ese librito impreso de manera artesanal y clandestina para instrucción de algunos nobles amigos españoles, cuyos conocimientos en materia amatoria, debido a su rígida educación religiosa, son tan burdos que se compadece de ellos y de las infortunadas damas españolas, a las que ha encontrado harto necesitadas en este sentido.
Con el corazón palpitante, Bernardo va pasando las páginas y comprende por qué sólo se ha impreso un ejemplar y además de manera clandestina. Allí están consignadas de manera exhaustiva las técnicas sexuales que permiten de manera infalible proporcionar un increíble placer a las mujeres, hasta el punto, si se ha de dar crédito al presuntuoso autor, de hacerles perder en ocasiones el conocimiento y de ligar su voluntad de manera definitiva, lo cual, confiesa en un párrafo, es a veces más molesto que gratificante.
Excepto si se sabe cómo utilizar eso para otros fines.
1 comentario:
Una nueva versión de una noche toledana. La verdad es que Toledo queda muy propio para ambientar cualquier conspiración. Por cierto, cuánto tiempo hace que no lo visito.
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