miércoles, 1 de septiembre de 2010

LA CLAVE CASANOVA (Relato) - III






Si Bernardo cree que ha pasado por un infierno durante la noche anterior y que ha sido perseguido como una alimaña, pronto ve, a la luz de lo que le sucede en los días siguientes, que su calvario no ha hecho más que empezar. Todos quieren hacerse con ese libro y van tras él incansablemente. Y cuando digo todos, quiero decir TODOS, ya que el rumor de que el libro secreto de Casanova ha salido a la luz se expande como la pólvora entre los servicios secretos. Están los espías americanos y rusos que pululan por España, ya que una técnica así podría ayudarles mucho a la hora de persuadir, reclutar y sacar información de las mujeres; la policía secreta del régimen, que quiere impedir a toda costa que algo así se divulgue, ya que está en contra de la moral que se está implantando en la sociedad; la Falange, sobre todo su Sección Femenina, que no se fía de las intenciones de los agentes del régimen franquista y ha destacado a su mejor y más acérrima militante, la joven y hermosa Rosa Montaraz, para que localice a Bernardo y haga con él lo que crea oportuno para conseguir ese libro y destruirlo; y un misterioso agente del Vaticano que no sé muy bien qué pinta aquí, pero siempre viste eso de tener a alguien del Vaticano mezclado en la trama. Sin contar, por supuesto, con la Policía Nacional, que le busca por los asesinatos del hermano Juan de Dios y de la prostituta Mari Carmen Alvarado, por mal nombre Greta.
Así pues, durante los días siguientes se suceden trepidantes encuentros y tiroteos entre los agentes de las distintas facciones que pugnan por obtener el libro, escaramuzas de las que Bernardo sale a duras penas airoso, más que nada porque, al ser como un hueso que se disputan varios perros, consigue escurrirse de situaciones para las que no está en absoluto preparado. Además, como todos dan por hecho que se trata de un profesional con extraordinarias habilidades, toman precauciones excesivas y se les acaba escapando por una u otra razón. De hecho, es Rosa Montaraz, quien siente un desprecio generalizado por los hombres, quien consigue atraparle. Pero la curiosidad mató al gato, y como no le falta cierta inteligencia, pide a su prisionero Bernardo que le enseñe el libro por el que tanta gente es capaz de matar. Cuando eso sucede, ambos están en un viejo cobertizo, perdidos en un pueblecito de la Sierra de Gredos y una cosa lleva a la otra, la curiosidad lleva a una demostración empírica (Rosa se cree inmune a esas sucias tretas de los hombres), la demostración se les va a ambos de las manos… y la sabiduría acumulada por Casanova en décadas saltando de cama en cama se rebela infalible.
A todo esto, haría tiempo que habríamos salido de Toledo. En el intervalo se sucederán lugares y personajes propios de la época: espectaculares persecuciones con coches de gasógeno por las estrechas calles de Toledo, vetustos autobuses de línea con más animales domésticos que pasajeros humanos, taimados estraperlistas que tienen sus rutas clandestinas por las sierras y los pueblos de piedra, lobunos maquis emboscados en las soledades de bosques y roquedales, siniestras parejas de la Benemérita… Y mientras tanto, el pobre Bernardo va rebotando aquí y allá como una pelota sin control, y sin otro pensamiento que el esquivar la siguiente bala dirigida a él o a cualquiera de los perseguidores que son enemigos entre sí.
Hasta que sucede el milagro entre Rosa y él. Pese a la reticencia de ella, que no se perdona el haberse dejado llevar, el sincero y cándido arrobamiento de Bernardo hace que sus defensas se derritan y las técnicas amatorias de Casanova son puestas en práctica una y otra vez durante dos maravillosos días con sus noches, despertando la fiera pasional que ambos, sin saberlo, llevaban dentro. El caso es que, en la mañana del tercer día, mientras Bernardo estudiaba el maravilloso librito con Rosa dormida a su lado en el jergón de paja, da con un papelito, escrito de puño y letra por el hermano Juan de Dios, que contiene lo que parece una clave. Una clave que hay que aplicar al texto de Casanova, pues en realidad no es más que un llamativo señuelo que encubre las pistas necesarias para localizar, según dice el infortunado jesuita, un tesoro de increíble trascendencia.

1 comentario:

Conchi dijo...

El colectivo femenino agradecería la existencia de ese libro y que fuese asignatura obligatoria para todos los varones. Seguro que el mundo funcionaría mejor.