Sin embargo, cuando todo parece perdido, otra instancia de poder les toma bajo su protección. Son salvados “in extremis” por una unidad de élite del ejército franquista que tiene su sede en un enorme castillo medieval y a cuyo mando está el general Espinosa, de aristocrático porte e intenciones no muy claras. En todo caso, les instala en el castillo y anima a Bernardo a estudiar los textos de los tres libros, a lo cuál nuestro protagonista, a falta de otra distracción (las habitaciones de Rosa están en la otra punta del castillo) no tiene más remedio que acceder.
No pasa mucho tiempo sin que Bernardo descubra que esos textos heréticos son en realidad falsificaciones hechas en la Edad Media, las tres por la misma mano o al menos en la misma época. Los giros verbales empleados en el texto árabe, las letras del texto hebreo, la burda imitación del lenguaje bíblico en el “Evangelio de Barrabás”… todo indica que alguien, probablemente un traductor de la Escuela de Toledo, se tomó un gran trabajo para elaborar tres libros cuyo contenido escandaloso, pero irresistible, les condenaría a una clandestinidad protegida, pues serían perseguidos por la Iglesia y por la ortodoxia judía y musulmana, pero al mismo tiempo los intelectuales disidentes que hay en toda cultura que se precie se encargarían de preservarlos a lo largo de los siglos. Eso les convertiría en textos eternamente ocultos.
Ahora bien, todas estas precauciones no tendrían ningún sentido a menos que se tomaran para esconder otra cosa dentro de ellos. En efecto, tras varios días de intenso y casi obsesivo examen, las peculiaridades, las incoherencias, las conexiones, empiezan a aflorar.
Bernardo huele un código. Un código que abarca los tres libros y al que se llega por otro código, el que apareció en primer lugar inserto en las lúbricas páginas del libro de Casanova. El secreto que merece tal encubrimiento ha de ser, por fuerza, colosal.
Tras varios días más, con sus correspondientes noches en blanco, Bernardo consigue descifrarlo. En realidad, se trata de la tarea más difícil de su vida, ya que el mensaje oculto no es otro texto, sino el equivalente medieval a unas coordenadas. Unas coordenadas muy precisas, que señalan un punto exacto de la ciudad de Burgos.
Mientras tanto, en las afueras del castillo, está sucediendo algo inaudito. Los agentes, profesionales y fanáticos diversos que durante varias semanas han estado a la greña para conseguir los cuatro libros prohibidos se han ido acercando como polillas atraídas por la luz y parecen haber llegado a la conclusión de que sólo uniendo fuerzas pueden asaltar el castillo, de manera que deciden hacer un pacto coyuntural que durará hasta que estén dentro de sus murallas. Una vez conseguido, cada cual volverá a atenerse sólo a sus objetivos y que gane el mejor.
Cuando llega una noche con luna nueva, atacan amparados en la oscuridad. Para su sorpresa, apenas encuentran resistencia y los pocos hombres que defienden la fortaleza se rinden enseguida. Los vencedores les dejan irse tras haber averiguado en qué habitación estaba trabajando ese larguirucho estudioso que incomprensiblemente les ha dado esquinazo todas estas semanas. Ansiosos, emprenden una loca carrera hacia la biblioteca del castillo, poniéndose la zancadilla unos a otros de la manera más brutal.
Los supervivientes de la feroz lucha en los pasillos de la fortaleza llegan hasta la biblioteca y, sobre la gran mesa de estudio, encuentran los cuatro volúmenes. Mientras que los fanáticos cristianos, árabes y judíos no tienen problemas entre ellos y cada cual agarra el impío volumen que ha de ser destruido para siempre, el libro de Casanova tiene más pretendientes que se disputan su posesión, por lo que el jaleo sigue.
No por mucho tiempo, ya que, cuando el último de los hombres del general Espinosa abandona el castillo, explota la santabárbara, con toda la munición, y allí no queda vivo ni el tato.
A todo esto, Bernardo y Rosa han abandonado el castillo por un pasadizo secreto y, junto con el general y unos cuantos hombres cuidadosamente escogidos, se dirigen en un camión de tropas hacia su punto de destino: la ciudad de Burgos.
Bernardo tiene más miedo que nunca. No sólo porque los ojos de Espinosa tienen una frialdad que no augura nada bueno. El hecho de que estén evitando las carreteras principales y que, cuando encuentran algún control, el general hace valer su autoridad para pasarlo sin preguntas, le hace ver que sea lo que sea en lo que están metidos, es al margen de las autoridades. Eso significa que, cuando encuentren lo que el general está buscando, Rosa y él serán un estorbo. No necesita mucha imaginación para saber lo que un hombre como ése hace con lo que le estorba.
Sin embargo, cuando están a punto de llegar a Burgos, hacen una parada. El general Espinosa parece querer esperar a alguien. Alguien que le merece un gran respeto.
1 comentario:
Que no se me olvide felicitarte por la selección de imágenes, muy adecuadas y algunas muy divertidas.
Publicar un comentario