Tras su último trabajo, Jimmy Bobo (Sylvester Stallone), un implacable asesino a sueldo de Nueva Orleáns, sufre un ataque inesperado por parte de Keegan (Jason Momoa), una imparable máquina de matar que ejecuta sin contemplaciones a su compañero (Jon Seda). Dispuesto a vengarse, Jimmy se ve obligado a colaborar con Taylor Kwon (Sung Kan), un detective de la policía poco partidario de los métodos expeditivos. Sin embargo, pronto descubrirá que Jimmy es el arma más eficaz para acabar con una peligrosa organización que ha corrompido a la policía y a las altas esferas de una ciudad devastada por el huracán Katrina.
De esta otra de Stallone y su mezcla de tatuajes y bótox, también me entretuvo la sucesión de tiros y tortas. Se nota que Walter Hill, que ya debe tener sus años, se curtió en el buen cine de la década prodigiosa. El coreano que acompaña a Sly es muy mono, pero el que está de vicio es Jason Momoa, digno sucesor de los héroes de acción ochenteros. Chuache, Stallone, Willis, retiraos, que vienen las nuevas generaciones pisando y atizando fuerte.
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