El otro día, harta ya de estar en una universidad y perderme todas las conferencias y demás saraos de ámbito “culturás” que por ahí se organizan, despechada por el perpetuo exilio académico que sufrimos los del turno de tarde, me lié la manta a la cabeza y decidí acudir a una conferencia que se celebraba justo al lado de la biblioteca donde trabajo. Desplazarme a otra facultad hubiera sido el equivalente a un motín, así que por lo menos la hora que dediqué a ello podré recuperarla más adelante.
A lo que iba: como la cosa iba de los antiguos egipcios, tema que me interesa sobremanera, no pude resistir la tentación. Máxime cuanto su título era “Voces discordantes, tiempos oscuros: Ankhtify de Mo’alla y la (no) pirámide” Fascinante, vamos.
En efecto, el ponente, un señor con toda la pinta de catedrático, es un especialista en jeroglíficos, o sea que te los lee como quien se lee el listín de teléfonos, aunque dudo mucho que tuviera la misma soltura con textos mucho más crípticos, como por ejemplo los presupuestos del Estado, que, como todo el mundo sabe, son misterios en los que el hombre no debe profundizar.
Este señor, aparte de descifrar jeroglíficos, también hace sus pinitos como arqueólogo. Sin ir más lejos, acababa de llegar de Heracleópolis, donde están excavando lo poco que queda, ya que fue destruida a finales de lo que se ha dado en llamar “Primer periodo intermedio”, que es el que va desde finales del Imperio Antiguo (=Faraones constructores de pirámides) y el comienzo del Imperio Medio (=Faraones constructores de hipogeos) Para entendernos mejor, desde el 2.200 al 2.000 a. C., más o menos.
No sé si os sonará de algo, que seguro que sí, pero por si alguien se ha perdido, los Periodos Intermedios de la historia de Egipto se caracterizan por ser épocas de crisis, inestabilidad y resurgimiento de los poderes locales en detrimento del poder central, representado por el Faraón. Para situarnos del todo en el contexto, al final del periodo quedan dos reinos, al norte y al sur del valle del Nilo. En el norte, los restos de la dinastía legítima se agrupan en torno a Heracleópolis, sucesora de la antiquísima Menfis como capital sagrada. En el sur, los reyes de Tebas controlan el territorio a partir de la segunda catarata y son quienes tienen el poder militar. Si ya os he dicho que Heracleópolis fue reducida a gravilla ya os imaginaréis quiénes acabaron ganando. Pues menudos eran los tebanos, ya lo creo.
Una vez descrito el contexto, vamos al núcleo de la conferencia. Como he apuntado antes, se centraba en torno a la figura de Ankhtiyi de Mo’alla, de los Mo’alla de toda la vida. Parece ser que este buen señor, un antiguo militar venido a más, se había hecho con el control de una región estratégica a unos treinta kilómetros al norte de Tebas. De hacer caso a las inscripciones de su tumba, habría conseguido que la producción de grano de la región que él controlaba (el grano era la principal riqueza, la moneda en la que se medían las transacciones comerciales en Egipto) llegase, no sólo para alimentar a los habitantes sometidos a su autoridad, sino que también se las había arreglado para exportar grano tanto al norte como al sur de su base de poder. Y todo eso, tanto a espaldas, e incluso con la oposición, del poder local más fuerte cercano a él (o sea, Tebas), como, por supuesto, pasando ampliamente del faraón legítimo reinante. O sea, que era algo así como el Gil y Gil del Alto Egipto. Bueno, más bien una mezcla de Gil y de Roca.
¿Y cómo sabemos todo eso, os preguntaréis? Por las inscripciones de su tumba, por supuesto, ya que, como todo el que era alguien en Egipto, se hizo construir una tumba a la medida de su posición social, tanto la que tenía realmente como la que ÉL pensaba que tenía. Ya llegaré al asuntillo de su tumba.
A lo que iba: como la cosa iba de los antiguos egipcios, tema que me interesa sobremanera, no pude resistir la tentación. Máxime cuanto su título era “Voces discordantes, tiempos oscuros: Ankhtify de Mo’alla y la (no) pirámide” Fascinante, vamos.
En efecto, el ponente, un señor con toda la pinta de catedrático, es un especialista en jeroglíficos, o sea que te los lee como quien se lee el listín de teléfonos, aunque dudo mucho que tuviera la misma soltura con textos mucho más crípticos, como por ejemplo los presupuestos del Estado, que, como todo el mundo sabe, son misterios en los que el hombre no debe profundizar.
Este señor, aparte de descifrar jeroglíficos, también hace sus pinitos como arqueólogo. Sin ir más lejos, acababa de llegar de Heracleópolis, donde están excavando lo poco que queda, ya que fue destruida a finales de lo que se ha dado en llamar “Primer periodo intermedio”, que es el que va desde finales del Imperio Antiguo (=Faraones constructores de pirámides) y el comienzo del Imperio Medio (=Faraones constructores de hipogeos) Para entendernos mejor, desde el 2.200 al 2.000 a. C., más o menos.
No sé si os sonará de algo, que seguro que sí, pero por si alguien se ha perdido, los Periodos Intermedios de la historia de Egipto se caracterizan por ser épocas de crisis, inestabilidad y resurgimiento de los poderes locales en detrimento del poder central, representado por el Faraón. Para situarnos del todo en el contexto, al final del periodo quedan dos reinos, al norte y al sur del valle del Nilo. En el norte, los restos de la dinastía legítima se agrupan en torno a Heracleópolis, sucesora de la antiquísima Menfis como capital sagrada. En el sur, los reyes de Tebas controlan el territorio a partir de la segunda catarata y son quienes tienen el poder militar. Si ya os he dicho que Heracleópolis fue reducida a gravilla ya os imaginaréis quiénes acabaron ganando. Pues menudos eran los tebanos, ya lo creo.
Una vez descrito el contexto, vamos al núcleo de la conferencia. Como he apuntado antes, se centraba en torno a la figura de Ankhtiyi de Mo’alla, de los Mo’alla de toda la vida. Parece ser que este buen señor, un antiguo militar venido a más, se había hecho con el control de una región estratégica a unos treinta kilómetros al norte de Tebas. De hacer caso a las inscripciones de su tumba, habría conseguido que la producción de grano de la región que él controlaba (el grano era la principal riqueza, la moneda en la que se medían las transacciones comerciales en Egipto) llegase, no sólo para alimentar a los habitantes sometidos a su autoridad, sino que también se las había arreglado para exportar grano tanto al norte como al sur de su base de poder. Y todo eso, tanto a espaldas, e incluso con la oposición, del poder local más fuerte cercano a él (o sea, Tebas), como, por supuesto, pasando ampliamente del faraón legítimo reinante. O sea, que era algo así como el Gil y Gil del Alto Egipto. Bueno, más bien una mezcla de Gil y de Roca.
¿Y cómo sabemos todo eso, os preguntaréis? Por las inscripciones de su tumba, por supuesto, ya que, como todo el que era alguien en Egipto, se hizo construir una tumba a la medida de su posición social, tanto la que tenía realmente como la que ÉL pensaba que tenía. Ya llegaré al asuntillo de su tumba.
2 comentarios:
Carolina, interesante tu post; Y que sepas que yo no tengo idea de arqueología, pero lo haces de una manera fácil de entender para los que somos profanos en la materia.Y con la comparación de Gil y Roca con los protagonistas de la historia te resulta mucho mas fácil. Yo soy de ciencias, pero me gusta también cualquier historia interesante.
Carolina, un placer leer tu artículo, a mí la historia y la divulgación científica me encanta (aunque el período egipcio no me atrae mucho, será porque tengo espíritu de contradicción, a todos les fascina). Por favor, sigue contándonos cosas. Yo este año estoy un poco desbordada con el alemán de la escuela de idiomas y no puedo explayarme aquí como quisiera. La profesora es magnífica pero muy exigente, pone mucha tarea y yo quiero aprobar, que me hace mucha falta los puntos.
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