El sábado por la noche tuvo lugar la cena de San Valentín, motivo principal del viaje de la multitud de parejas que llenaba el hotel. La oferta del bufé parecía un poco más completa y variada que la noche anterior. Como postre destacado, la tarta de enamorados: en cada porción figuraba un corazón de plástico con su correspondiente Cupido. Por supuesto, todos lo guardamos de recuerdo para convertirse así en el típico chisme que no sabes dónde meter hasta que llega el día en que te cansas y lo tiras a la basura.
Seguidamente, el gran baile de San Valentín, con consumición incluida. Aquí quiero detenerme a comentar los modelitos de los asistentes, no olvidemos que en su mayoría parejas cincuentonas y sesentonas. Los señores iban más clásicos y uniformados: pantalón y camisa de vestir que cubría apenas la barriguilla más o menos pronunciada, algunos con chaqueta y otros además con corbata. El atuendo de las señoras era otro cantar: me dio la impresión que muchas de ellas desempolvaron la ropa que estrenaron cuando fueron madrinas de boda de sus hijos y que no se habían vuelto a poner desde entonces porque no se suele asistir a acontecimientos donde se pueda ir tan compuestas sin llamar la atención. Nunca en mi vida había visto tal prodigalidad de gasas, sedas, encajes, transparencias, pedrería, lentejuelas y un brilli-brilli tal que no se necesitaba poner el flash para echar fotos, por no hablar de la profusión de joyerío vario, del bueno y del de quincalla como el mío. ¿Y los peinados? Seguro que en la capa de ozono surgió esa noche un agujero del tamaño de Australia con la cantidad de laca que se empleó en esos cardados, moños, recogidos y demás. Si llegan a estar los de la revista Cuore se habrían hinchado a poner “¡Args!” a puñados. Que conste que mi grupo, como se ve en la foto, lucía de lo más discretito en comparación.
La exuberancia en el vestir iba acompañada por un brío inagotable en el bailar. O los centelleos de la ropa eran pilas diminutas de los chinos que les daban energía o no me explico de dónde extraían tanta vitalidad para darle al pasodoble, al vallenato, al disco o a lo que el trío orquestal les perpetrase. Que conste que mis comentarios no van con ánimo de criticar sino que quizás esconden una cierta envidia: ¡ya me gustaría estar así de animada, con ganas de arreglarme y de pasármelo bien, dentro de diez o veinte años!
1 comentario:
Ja, ja , ja. ¡¡¡Menudo baile!!!
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