Aquí acaban mis peripecias por Aguadulce. El domingo por la mañana empezó a variar el tiempo: temperaturas más bajas y, sobre todo, mucho viento que provocó que el Mediterráneo se embraveciese. Fuimos a la localidad vecina de Roquetas de Mar a cuyo término pertenece Aguadulce. En concreto, nos dejó el autocar en el Castillo de Santa Ana, que ahora funciona como recinto de exposiciones. Su mayor interés son las vistas que se divisan desde la terraza: el mar a un lado y la sierra al otro, con la particularidad de que ésta estaba cubierta de nieve, como podéis ver en la foto. Paseamos por el puerto y aledaños mientras que la gente buscaba en vano tiendecitas de souvenirs abiertas donde comprar los regalos de última hora para llevar a los suyos.
Tras comer en el hotel, emprendimos el viaje de vuelta a casa. Los eldenses no estaban tan dicharacheros pues muchos echaron una cabezadita. Llevaban botellas de bebidas espirituosas pero no las descorcharon, supongo que por carecer de hielo. A pesar de todo, nos despedimos con afecto, pues la verdad es que me entretuvieron las pesadas horas de trayecto.
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