Este verano ha estado en Agost mi amiga María con sus seis hijos. Sí, habéis leído bien: seis. Ha compensado la falta de procreación de algunas de sus amigas entre las que me cuento. Su historia es muy curiosa y en el fondo muy romántica. Os pongo en antecedentes: en mi juventud solía mantener correspondencia con gente de Hispanoamérica, de los que sólo Johnny permanece. A un hermano de María le llamó la atención y le pasé la dirección de una revista donde insertó un anuncio. Entre los que le escribieron estaba Hugo, un marine estadounidense de ascendencia portorriqueña que vino a conocerlos cuando su buque atracó en Alicante. Entre Hugo y María saltó la chispa y empezaron una relación a (tremenda) distancia en una época sin internet ni tantos adelantos que favorecen la comunicación transoceánica. Pasado el tiempo se casaron en Agost (“¡Por tu culpa!”, me increpaba su hermano) y se mudaron a EE.UU. Los hijos empezaron a llegar bastante seguidos y yo tuve el honor de amadrinar a la segunda niña, María, que está guapísima y altísima: desde luego, no ha tirado de la pila, como se dice por aquí. Es la de la izquierda. En la foto falta Caroline, la hija mayor, que estaba durmiendo.
A pesar de la distancia, de que no nos vemos a menudo y de que no le escribo tanto como debiera, ella sabe que la quiero mucho y que nuestra amistad no se desvanecerá.
Un abrazo bien fuerte, Mari.
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