Antes de que acabe el año, me retrotraigo a la feliz Nochebuena. Nos juntamos en la casa de campo de mi hermana, junto a mi madre, Pedro y yo, sus hijos, nueras y nietas, más su cuñada con sus cuatro hijos, la pareja de una de las hijas y la bebé que tienen, aún más pequeña que Lucía. Como veis en las fotos, mis dos princesitas vestían muy navideñas, al igual que el papá, así que, para no desentonar, me encasqueté una diadema de renos que encontré por allí.
Pocas familias tienen el honor de que los visita Papá Noel in person. La nuestra es de esas privilegiadas. Como el año pasado, Luis, el cuñado de mi sobrino Carlos, se disfrazó, de atuendo y de voz, para evitar que Luna lo reconociese. Una interpretación de Oscar soltando ho ho ho cuando correspondía y repartiendo regalos y besos a todos. Luna estaba emocionadísima desgarrando los preciosos papeles y lazos que tan primorosamente envolvían los regalos. Por nuestra parte recibió unos cuentos pero lo que más gracia le hizo fue una caja de moldes de silicona y demás utensilios para hacer magdalenas. Por supuesto, quería pasar de la cena y ponerse con su yayi a cocinar ipso facto. Costó disuadirla. La crisis no impidió que me llegasen unos regalitos, como unos pendientes, una mesita para el ordenador, una cestita de productos de baño, una caja de bombones y un tremendo panetone. No se os ocurra hablarme de régimen, al menos hasta pasados Reyes.