En otras circunstancias estaría contándoos las peripecias del viaje que me llevó por tierras gaditanas del 23 al 30 de octubre. Sin embargo, el dolor de corazón por la tragedia vivida en mi tierra me impide centrarme en asuntos que ahora parecen baladíes.
Más de doscientos muertos, decenas de desaparecidos y cientos de personas atrapadas, además de las incalculables pérdidas materiales, son las consecuencias de la peor gota fría del siglo XXI. La Comunidad Valenciana se ha visto envuelta en toda una catástrofe a causa de la dana que inundó gran parte de la región.
Dentro de la desgracia, el orgullo de la solidaridad de los españoles, in situ o colaborando, con la excepción de la clase política, de todos los colores, despreciables, sin saber sobreponerse a sus diferencias en favor de las víctimas. Indignación suprema.
De manera muy indirecta, la dana también me afectó. El tren que nos llevaría a mi hermana y a mí de Madrid Atocha a Alicante, vía Cuenca, se anuló. Solo había un AVE directo pero salía de Chamartín, con la mala pata de que la plaza H, la de la silla de ruedas, estaba ocupada. Atacadas de los nervios, no nos quedó más remedio que hacer noche en la capital. Para colmo, los hoteles que conocía estaban al completo. Menos mal que me vino a la memoria que hace muchos años estuvimos en el hotel Chamartín, dentro de la estación, y allí sí tenían habitación disponible. Nos llevó un taxi y pudimos descansar hasta la mañana siguiente que regresamos sanas y salvas a casa, con 150€ menos por el hospedaje, una nimiedad comparada con quienes lo han perdido todo.
Más adelante os contaré el viaje.
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