El fin de semana pasado tuvo lugar la festividad de las Santas Justa y Rufina, patronas de la alfarería. En la calle de mi madre hay una pequeña ermita dedicada a ellas, así que tuvimos a lo largo del fin de semana una pequeña fiesta con diversas actividades. El primer acto consiste en adornar la calle con luces, banderitas, tiras de papel y similares, amenizado por los cohetes que tiran mi hermano y vecinos con tal de que el resto del pueblo se enteren de que hay movida en la calle Alfarería. Fiesta y comilona son indisolubles en mi tierra, así que mis vecinos están en la calle a medianoche comiendo chocolate con buñuelos. Hay que tener una voluntad férrea para rehusar y mis carnes, bien lo sabes, son muy débiles ante la tentación. Por eso preferí no ir, más que nada porque aún quedaban tres días más de cena y no era cuestión de abusar.
El viernes por la noche los vecinos de la calle sacamos afuera las mesas para cenar juntos en buena armonía, cada familia a la puerta de su casa. Tras la cena, hubo un desfile de gigantes y cabezudos, detrás de los cuales marchan niños soplando “rossinyols” (“ruiseñores”), unos cacharritos de alfarería que, con la dosis correcta de agua y algo de fuerza en los pulmones, reproducen música más o menos estridente.
Era el primer año de Luna en la fiesta y fue la total protagonista. Con la llegada de mis primas de Petrer para cenar el sábado, como no la ven con frecuencia, la pequeña parecía la falsa moneda de la copla, que de mano en mano va y ninguno se la queda. Ahora que ya camina solita, necesita un vigilante permanente a su lado. A poco que nos descuidásemos, se dirigía a la zona donde la orquesta Iris amenizaba la velada. Nos ha salido marchosa la niña. Se lo pasó pipa en todas las actividades, excepto cuando tiraban cohetes, en eso me habrá salido a mí la criatura.
1 comentario:
Viva la cuchipanda y el jolgorio!
Publicar un comentario