Bautizo de Lucía

El sábado pasado Lucía entró a formar parte de la comunidad católica mediante el bautismo. Excusa perfecta para ponernos guapos y reunirnos.

Por la mañana fui a la peluquería. De paso, peluquera y esteticién me pusieron al día de cotilleos locales. Caro, sí, pero completo el servicio. Sin final feliz, que conste.

Con mi blusa nueva de Punt Roma fui a casa de mi madre a que mi prima me maquillara (uñas incluidas, nótese) y a completar el atuendo. Para algunas cosas soy muy clásica pero para otras me gusta dar la nota. Como con el pelo corto pocos milagros se pueden hacer, hacía semanas que me rondaba ponerme algo en la cabeza que destacase; las diademas que estuve mirando me parecían muy simples. Se lo comenté a mi cuñada, que es toda una artista de la costura y las manualidades. Miró los colores de mi blusa, compró cintas y me hizo una diadema-tocado la mar de precioso, como se puede ver en la foto.

 La estrella de la noche, mi princesita Lucía, se portó como una reina durante el bautismo y en la fiesta posterior que se prolongó hasta pasadas las dos de la madrugada, señal de lo marchosa que nos ha salido la niña. Parecía la falsa monea, que de mano en mano va.

Los padrinos fueron mi hermana y mi hermano. Este verano Carla y las niñas se van a Costa Rica y allí volverán a bautizarla en presencia de la familia materna.
Al salir de la iglesia, los padrinos cumplieron la tradición obedeciendo el grito unánime de “Que tiren diners!” y lanzaron multitud de monedas para el disfrute de los niños y de algún que otro adulto aprovechado.

Después nos dirigimos al restaurante El monte de los olivos, en San Vicente, al lado del taller de mis sobrinos. Disfrutamos de una deliciosa cena, en mi caso comiendo y bebiendo con mesura para evitar problemas estomacales que me impidiesen dormir. La sobremesa en buena compañía redondeó una noche estupenda.