martes, 28 de mayo de 2013

Desmontando a Gatsby



Sigo pensando que la versión de Redford y Mia Farrow es para mí la definitiva, pero gracias a tus impresiones estoy comenzando a replanteármelo. Di Caprio es un buen actor, lastrado quizá por lo mismo que le valió el éxito: su encasillamiento como ídolo adolescente, sobre todo a raíz de “Titanic”. Pero desde muy jovencillo apuntaba maneras de carne de pantalla, y ya en esa época bordó un par de papeles en “Vida de este chico” y “¿Quién ama a Gilbert Grape?”. En cuanto al aspecto maromil, coincido contigo: nunca me pareció atractivo y sus rasgos juegan un poco en su contra ahora que es un hombre hecho y derecho.


Yo también leí la novela, y por eso creo que la adaptación que se hizo era muy correcta. Tal vez su problema podría residir, precisamente, en su manierismo y en que estaba excesivamente apegada al original literario, sin aportar una interpretación o un acercamiento al público contemporáneo de la película. Por lo que me cuentas, podría ser que en este caso sea precisamente eso lo que se ha intentado: utilizar la historia de Gatsby para contarnos algo sobre nosotros mismos; que, al fin y al cabo, es lo que hace el buen cine y la buena literatura de todos los tiempos.


Lo que encarna el hombre que por las noches se queda contemplando el otro lado de la bahía, anhelando un imposible, es la fragilidad y la impostura de los seres humanos. Gatsby es un impostor; su dudosa respetabilidad no es más que una fachada, y su mismo despilfarro insensato lo delata como un parvenu. Por eso es en cierto modo inofensivo: basta con rascar un poco su superficie para desmontar todo el tinglado que ha ido construyéndose. Pero, y por eso Scott Fitzgerald le da el apelativo de “grande”, es también un ser herido y su fidelidad a esa herida es total, completa, sublime. Lo que le redime no es quizá tanto el amor que siente, sino el hecho de que lo utiliza como palanca desde la que mover toda su existencia hacia un estadio superior.


Y ahí llega la gran paradoja, la impostura final. A lo largo de la historia comenzamos a percatarnos, y cuando termina obtenemos la completa certeza, de que Gatsby no es más que un aspirante, un aficionado a la farsa en el gran teatro del mundo. No puede siquiera soñar con rivalizar con quienes hace ya mucho tiempo que han convertido ese engaño en ley, en norma de vida, generación tras generación. Los mayores estafadores son, por supuesto, aquellos que muy probablemente en sus lejanos comienzos no eran mucho más honrados que él, pero cuyo prolongado predominio económico y cuyo control de todos los resortes sociales han hecho creer a los demás que ellos son, por naturaleza, mejores.


Así, nos encontramos con que Gatsby miente más que habla con la esperanza de poder alcanzar su ideal – integrarse en la alta sociedad, “mejorarse”, como creo que él mismo dice en la novela –, y ese ideal resulta ser por dentro tan falso y frágil como sus propias mentiras. Lo único que hay detrás de toda esa elegancia, de esa belleza, del estilo y la desenvoltura que da el conocer el lugar que uno ocupa en el mundo, es dinero. Él mismo, en un momento de amarga lucidez, lo expresa de manera contundente cuando dice que la voz de Daisy “suena a dinero”. Lo que ocurre es que, a diferencia de los burdas maniobras de Gatsby, es dinero muy bien empleado y dosificado, magistralmente gestionado para construir una fachada mucho más duradera e impenetrable de la suya, una fachada que comparte de manera cómplice un selecto grupo de personas que hacen de la exclusividad su fuente de glamour. Utilizo la palabra glamour en uno de sus sentidos originales: el hechizo que uno es capaz de proyectar para que los demás vean sólo un halo de belleza que oculte lo patéticos, vulnerables e incluso desagradables que podemos ser en realidad.


Gatsby intentó rodearse de ese glamour, pero su base era demasiado inestable, su devoción por su sueño, demasiado inquebrantable. Era un mentiroso en su superficie, pero auténtico en el fondo; sus oponentes sólo tenían de auténtico el disfraz en sí, la apariencia de riqueza estaba respaldada por los hechos. Sin embargo, en el fondo eran unos farsantes. Si nuestro protagonista hubiera renunciado a su sueño y se hubiera mantenido en su lugar, pescando a una heredera de medio pelo cuya familia le iría lavando hasta dejarse blanco, reluciente y respetable, tal vez, y sólo tal vez, sus nietos podrían llegar a conseguir lo que a él le estuvo vedado. Ahora bien, ¿realmente merecía la pena? ¿Realmente?


3 comentarios:

Conchi dijo...

Si le hubiese pasado lo que dices al final, sería alguien parecido a Michael Corleone.

Johnny dijo...

Yo me quedo con Redford y Farrow también.

Mari Pau dijo...

No he visto ni leído ni las películas ni el libro, ni el tema ni los actores me atraen demasiado.