Hacía muchos años que no veía el Festival de Eurovisión completo y el sábado pasado, a falta de planes alternativos más apetecibles, me puse a ello.
Para empezar, me dio rabia que solo una mínima parte de los países cantasen en un propio idioma. Casi todos optaron por el inglés para llegar a más público, supongo. Si se ponían los subtítulos del teletexto salía la letra. Se podría haber cantado en plan karaoke de no ser por el retardo. Cada vez está más homogeneizado el festival, con canciones sin personalidad.
Este año no llamaron la atención los frikis. Lo que no faltó fue el compadreo entre países vecinos votándose mutua y descaradamente.
El ganador fue Måns Zelmerlöw con el tema Heroes y representando a Suecia. A mí me gustó, él, la canción y la puesta en escena.
También me encantaron los representantes italianos, Il Volo, que parecen la marca blanca de Il Divo. Quedaron en 3ª posición.
La gran decepción fue la 21ª posición de Edurne. No digo que mereciera ganar, pero sí haber quedado entre las diez primeras. Rusia, Montenegro, Portugal, Moldavia, Azerbaiyán, Suiza, Francia e Israel fueron los únicos países que otorgaron 15 puntos en total a nuestra representante. España no era 21ª desde 2006, con Las Ketchup. Aunque el mal de muchos sea el consuelo de tontos, que conste que pesos pesados como Gran Bretaña y Francia quedaron por debajo.
Junto al bailarín Giuseppe Di Bella, la cantante ofreció una destacada puesta en escena, de las más originales de la noche, con una coreografía dinámica, que hizo levantar al público del estadio de Viena. A la vista del resultado, cada vez son más los que se preguntan por qué narices seguimos yendo a Eurovisión.