Thorkild Aske fue una vez un buen policía, pero lo perdió todo cuando fue condenado a tres años por haber matado en un accidente de tráfico a una chica con la que le empezaba a unir un vínculo muy estrecho. Ahora acaba de salir de prisión, donde ha tocado fondo. En sus esfuerzos por reinsertarlo en la sociedad, su psiquiatra le encuentra un pequeño trabajo como detective: deberá encontrar a un joven que desapareció mientras restauraba un faro al norte del país. Una vez en el islote del faro, el mar encrespado le reserva una macabra sorpresa a Thorkild. Hay un cadáver en la orilla, pero no es el del chico.
Hacía tiempo que no leía un thriller escandinavo y me he topado con este, que no está ambientado en Suecia como los que conozco, sino en Noruega, aunque el protagonista es islandés.
Conforme se nos explica el clima extremo que sufren, la mínima exposición a la luz solar, que encima no calienta, y, por ende, las escasas relaciones personales que pueden entablar, pocos me parecen los crímenes que allá se cometen. De ahí que la salud mental sea un tema subyacente a la trama de los asesinatos. Para colmo, se sitúa en un faro, que ya es para trastornar al más pintado.
El protagonista es un expolicía que ha pasado por la cárcel donde intentó suicidarse, a resultas de lo cual depende de medicamentos analgésicos. No es la persona más adecuada para resolver unos crímenes y él es el primero que es consciente de ello. A pesar de palizas y golpes, sobrevive y guarda la cordura suficiente para resolverlos. Es un personaje tan interesante que protagoniza al menos una novela más, que yo sepa. Quizás la busque.
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