El jueves por la tarde fuimos a Aveiro, conocido como la Venecia de Portugal por los canales navegables surcados por coloridos barcos llamados moliceiros, que se utilizaban tradicionalmente para recoger algas marinas.
Como imaginaba, el paseo en barco no era accesible para mí así que di una vuelta por la localidad con el guía y otros compañeros que no quisieron coger el barco.
Por la noche llegamos al hotel de la zona de Oporto donde continuaron los problemas. Para empezar, mi silla no cabía en la habitación asignada. Y es que habían dado la habitación adaptada a otra pareja, que no puso inconveniente en cambiárnosla. Eso no tuvo importancia en comparación con las habitaciones que dieron a personas de la tercera edad con problemas de rodillas, con escaleras empinadas sin ascensor. El malestar del grupo iba en aumento.
Aquí me di cuenta de que la asignación de estrellas a los establecimientos hoteleros no se corresponde a la española. Un hotel con una accesibilidad casi nula no tendría aquí 4 estrellas. Por no hablar de la calidad de la comida, que provocó un motín. Si no era especialmente apetitosa, el alboroto surgió cuando el menú de la cena del viernes era exactamente el mismo que nos habían puesto a mediodía. Devolvimos los platos como protesta. Gracias a la intervención del guía acompañante, nos prepararon unos sándwiches. Imaginad el cabreo general.
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