Sinopsis:
Flora, una solitaria mujer envuelta en un halo de misterio, vive retirada en La Casa de las Amapolas, un lugar idílico pero apartado de todo en plena sierra de Albarracín. Tras la desaparición de su hija, Aurora, y de la amiga de esta, Blanca, Flora dejó atrás todo su mundo: su hijo Dani, su marido y el trabajo, y se trasladó allí. Eso fue hace más de veinte años. Nunca más se supo de las chicas desaparecidas y ambas familias quedaron destrozadas. La Casa de las Amapolas se convirtió entonces en el refugio donde intentar cicatrizar sus heridas.
No recuerdo por qué empecé a leer este libro. ¿Sería por la portada tan bonita? El caso es que no me he arrepentido.
Confluyen muchos elementos de interés, quizás demasiados, por lo que la novela a veces satura. No obstante, me centraré en los positivos.
La ambientación está muy conseguida, tanto que la casa del título se convierte en un personaje más, cobijo de mujeres con mochila emocional y de infinidad de tipos de flores, la mayoría de las cuales desconocía.
Sus tierras son testigos de la desaparición de dos chicas, misterio que subyace y que propicia giros inesperados en la trama.
La prosa poética refuerza la atmósfera casi gótica de la Serranía de Albarracín.

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