El domingo hizo un día extrañamente cálido, más primaveral que otoñal, lo que favoreció que casi todos los niños de Agost, acompañados de muchos padres, pasearan disfrazados por las calles, además de participar en las actividades preparadas para los críos por el Ayuntamiento. Ni en el día de San Pedro hay tanta gente por la calle, os lo aseguro. Como era de esperar, muchos preadolescentes llevaban modelitos del dichoso juego del calamar, desde los de los presos hasta los vigilantes e incluso del mandamás. Lucía y María iban de princesas góticas y Marc de Spiderman.
Las Guapetonas teníamos planes para merendar, si no disfrazadas, sí con un complemento ad hoc. Yo me había comprado una diadema de fantasmitas, pero pocos días antes vi otra con una especie de lazos exagerados de calabazas y opté por lo de burro grande... Y acerté. Nos faltaron algunas amigas pero las que nos reunimos lo pasamos genial. Qué calorcito haría que merendamos-cenamos en la terraza del restaurante y así vimos el ambiente festivo.
La mañana de Todos los Santos, aunque había bajado un poco la temperatura, seguía haciendo bueno para cumplir la tradición de visitar el cementerio, lo que el año pasado no hice por la pandemia. Conforme me iba acercando, recordaba años pretéritos cuando me encontraba con multitud de paisanos por el camino, todos vestidos de fiesta y tardaba horas en llegar porque mis padres se paraban a saludar a unos y otros. Por el contrario, no me topé apenas con nadie, el cementerio contaba con pocas visitas, la inmensa mayoría de las cuales superaba el medio siglo de edad. ¡Cómo cambia la sociedad! Comparado con el día anterior, está más que claro que la gente quiere fiesta y muertos de los de mentira, no de los de verdad.
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