Sinopsis:
Julio Blanco, el carismático propietario de una empresa que fabrica balanzas industriales en una ciudad española de provincias, espera la inminente visita de una comisión que decidirá la obtención de un premio local a la excelencia empresarial. Todo tiene que estar perfecto para la visita. Sin embargo, todo parece conspirar contra él. Trabajando a contrarreloj, Blanco intenta resolver los problemas de sus empleados, cruzando para ello todas las líneas imaginables, y dando lugar a una inesperada y explosiva sucesión de acontecimientos de imprevisibles consecuencias.
Si de Fernando León de Aranoa me encantó su libro Aquí yacen dragones, ahora me rindo ante su talento creativo y directivo. La película, un contraplano de aquella mítica Los lunes al sol distrae y divierte, en su mayor parte se ve con una sonrisa, cuando no con una carcajada.
Ese empresario al que se le acumulan los problemas en fechas conflictivas para sus ambiciones, casi llega a despertar nuestra empatía, de no ser por ciertas decisiones que toma al final del metraje. Abunda la ironía y cierto cachondeo ibérico, lo que no me casa con su elección para representar a España en los premios de la Academia: no tengo claro que los estadounidenses empaticen con las situaciones narradas. Ojalá me equivoque.
Por encima de todo, la impresionante interpretación de Javier Bardem, que no es precisamente santo de mi devoción. Seguro que arrasa en galardones por su creación de ese empresario que quiere ejercer de padre de sus empleados pero no duda en aniquilarlos si se atraviesan en su camino.
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