La tarde de Halloween fui, provista de diadema diabólica, a la plaza del Ayuntamiento donde los chavales de Agost Jove se habían currado una decoración brutal, brillante, con lápidas, ataúdes, arañas, calabazas y demás tópicos de la festividad. Además de un castillo hinchable y otras atracciones, había talleres para los niños. Si atacaba el hambre, el ayuntamiento había previsto chocolate caliente y fartons.
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