Torrevieja

 

El sábado 31 de mayo fui con mi amiga Nati al encuentro anual de asociaciones de personas con discapacidad. Era la primera vez que iba y espero que no sea la última. Tuvo lugar en Torrevieja, donde la corporación municipal nos recibió con un desayuno suculento y una bolsa de regalitos de la localidad, como un bote de sal, un abanico y un sombrero, indispensable en una mañana de solazo intenso. 

Como éramos un grupo muy numeroso, de unos doscientos, nos repartieron en dos. El paseo en catamarán por el Mediterráneo fue mi actividad preferida de la jornada. Se suponía que era accesible cuando vimos que la pasarela era no solo justita de anchura sino con una altura criminal. Tenía que ir una persona delante de cada silla y otra detrás y, a ser posible, encomendarse a todos los santos. No tuve problema, gracias a Dios, pero una silla volcó, menos mal que sin consecuencias.

Conforme se alejaba de la orilla, el catamarán se movía de lo lindo, pero me encantó vivir el mar y sentir la brisa.

Una vez en tierra, nos recogió una guía local para darnos un paseo por la localidad. Entramos al Casino (bonito, pero no tanto como el de Novelda) por estar a la sombra y Nati y yo nos acercamos a la iglesia de la Concepción, donde se celebraba una boda, por lo que nos salimos sin molestar.

Volvimos a los vehículos para visitar desde ellos las famosas salinas. No salimos porque la temperatura allí es de siete grados más, supongo que debido a las impresionantes montañas blancas de sal.

La pena fue que la comida fue muy deficitaria en relación al precio que habíamos pagado. Menos mal que reinó el buen humor y la esperanza de que el año próximo comeremos mejor.