miércoles, 21 de abril de 2010

Caravaca de la Cruz


Ya os comenté que me quedé con las ganas de ir a la localidad murciana de Caravaca de la Cruz, famosa por su famosa ídem, en la excursión frustrada de la escuela; por eso, no desaproveché la oportunidad de apuntarme con mi hermana al viaje organizado el domingo pasado por la Asociación de Amas de Casa de Agost y ganarme el jubileo. Había ido en 2003, el anterior Año Jubilar, y entonces prometí que si en 2010 me hallaba con salud regresaría. Gracias a Dios, así ha sido.


Se dice que la Cruz caravaqueña es un Lignum Crucis, es decir, un leño de la Cruz. Se compone de dos astillas pertenecientes al madero en que murió Jesucristo y que están contenidas en la parte superior del relicario de doble brazo horizontal.


Cuenta la tradición que las tierras caravaqueñas habían sido conquistadas por el sayid almohade de Valencia Abuceyt, quien el 3 de mayo de 1232 interrogó a uno de sus prisioneros, un sacerdote llamado Ginés Pérez Chirinos. Le preguntó cuál era su cometido, a lo que éste respondió ¿decir misa? Su respuesta suscitó la curiosidad del sayid, quien mandó traer todo lo necesario para realizar la demostración del acto litúrgico. Al poco de comenzar, Chirinos observó que faltaba un crucifijo sin el que no podía continuar. En ese momento, por la ventana del salón, aparecieron dos ángeles que portaban la Vera Cruz, y la depositaron en el altar. Ante la milagrosa aparición, según la tradición, el sayid y sus súbditos se convirtieron al cristianismo. Desde entonces, han sido diversas las órdenes religiosas que se han encargado de custodiar la Vera Cruz.


Los verdaderos peregrinos suben a pie unas cuestas de vértigo. Por esa causa, la vez anterior se me sobrecalentó la silla, se paró y hube de ser empujada en el último tramo. Siete años después, se notan los avances. Para las personas mayores o vagos en general existe un pequeño autobús que por el módico precio de un euro sube al personal a la basílica. Para los que usamos silla de ruedas, está el vehículo adaptado de Cruz Roja (por cierto, qué guapo era uno de los voluntarios) que hace el mismo trayecto.


Lo que me mosqueaba era el parte meteorológico que anunciaba chubascos fuertes, así que fui pertrechada de paraguas y chubasquero. Menos mal que durante la misa las aproximadamente tres mil almas que nos congregamos en la explanada al aire libre de la basílica santuario no nos mojamos sino que más bien nos molestó el sol que picaba de lo lindo. Hasta poco después de acabar la ceremonia no empezó a chispear. Para que luego se diga que no existen los milagros.


Mientras en el restaurante, ya a cubierto, disfrutábamos de una comida estupenda, regada con vino que provocó la euforia general, cantos y bailes populares incluidos, se puso a caer el diluvio universal, con tanta intensidad que no había forma de salir a montar en el autobús sin calarse hasta los huesos a pesar de los paraguas. Tuvimos que quedarnos, pues, en el restaurante un par de horas hasta que escampase un poco. Así y todo, el nivel del agua en la calle era tal que todo el mundo menos yo se mojó los zapatos y bajos de los pantalones. Teóricamente, tras la comida, tendríamos que haber dispuesto de tiempo libre para visitar Caravaca pero no pudo ser a causa de la lluvia. Otra vez será.

1 comentario:

Johnny dijo...

Que bella fachada del templo y mas bella la turista frente a ella.