El sábado 27 de octubre, como ya avancé en esta noticia, pasé un día sumamente emocional, mucho más de lo que pensaba hace unos meses cuando recibí la invitación pero entrar en un grupo de WhatsApp de antiguos alumnos del Instituto de Bachillerato de San Vicente del Raspeig, en concreto de los que entramos en primero de BUP en 1978. Como para afirmar que 40 años no es nada...
Unos fuimos agregando a otros y pronto nos fuimos acercando a los más de 200, cantidad propia de la generación de los baby boomers. Tras barajar planes y fechas, acordamos reunirnos para comer el 27 de octubre.
Con mi pertinaz resfriado, no confirmé mi asistencia hasta pocos días antes, y no porque me encontrase mejor, sino porque no me lo podía perder.
Siendo la peor fisonomista del universo, advertí que nadie se me agraviase por no reconocerles. Menos mal que nos distribuyeron unas chapas con nuestro nombre y el grupo al que pertenecíamos.
Fue un viaje emocional al pasado y un ejercicio de memoria asociar las caras con el borroso recuerdo que me quedaba. Poco a poco la bruma se iba diluyendo y lograba identificar a aquellos compañeros con los que pasé tantas horas, más que con mi propia familia, y los que tan grata huella dejaron en mí.
Visitamos el Instituto de la mano de mi amigo y excompañero Joaquín, su actual director: que no recordase nada de las instalaciones no era culpa por una vez de mi pésima memoria sino de que el antiguo fue derruido y no queda nada de él. La comida en sí fue lo de menos; lo que importaba era compartir besos, abrazos, risas, anécdotas y fotos, multitud de fotos, más la promesa de no esperar tanto tiempo para volvernos a reunir.
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