jueves, 22 de octubre de 2020

El día que se perdió el amor

 


Sinopsis:

A las doce de la mañana del 14 de diciembre, una joven llena de magulladuras se presenta desnuda en las instalaciones del FBI en Nueva York. El inspector Bowring, jefe de la Unidad de Criminología, intentará descubrir qué esconde una nota amarillenta con el nombre de una mujer que horas después aparece decapitada en un descampado. La investigación lo sumirá de lleno en una trama en la que el destino, el amor y la venganza se entrelazan en una truculenta historia que guarda conexión con la desaparición de una chica varios años antes y cuyo paradero nunca pudo descubrir.


Tenía que leer la continuación de El día que se perdió la cordura, pues necesitaba saber cómo se resolvían las incógnitas pendientes de la primera parte. De ella toma una estructura similar, por lo que no es difícil interpretar que no acabar ahí los parecidos.

Al igual que su precedente, me ha tenido enganchada gracias a esa combinación de elementos realistas y otros con tintes sobrenaturales, que, como su naturaleza implica, no acaban de ser explicados.

Pero más que los méritos de la novela, os quiero contar una anécdota relacionada con ella.

Salía del trabajo y llevaba conmigo el libro, de tal manera que se veía la contraportada, que apenas muestra indicios de cuál es. Vi a dos chavalitos desconocidos, a los que por la hora y su corta edad, supuse que salían del instituto. Uno de ellos me saludó con un hola, a lo que respondí del mismo modo. Seguí mi camino pero me detuve en seco cuando el mismo niño pronunció: El día que se perdió el amor. ¿Cómo podía saberlo si no se veía el título? Estupefacta hasta la médula, le contesté: "Menuda memoria, que lo has conocido por la contraportada", a lo que replicó: "Es que lo he leído este verano".

¿Qué queréis que os diga? Encontrar a un extraterrestre me habría asombrado menos que toparme con un niño de unos doce años que lee. Para continuar con el alucine, se me ocurrió pedirle que me recomendase otros títulos.

-Javier Castillo tiene dos libros más -añadió con desenvoltura-. Todo lo que sucedió con Miranda Huff y La chica de nieve. Si te los quieres comprar, están en Amazon.

-Si no te quieres gastar dinero, que sepas que los tienen en la biblioteca -le aconsejé.

Nos dijimos adiós y ahí acabó la conversación. Pasé unos días casi en trance por la experiencia inaudita que había vivido y que compartí con mis allegados.

Cuál no sería mi sorpresa cuando, días después, me hallaba leyendo en la biblioteca y oí a un niño que preguntaba por los libros de Javier Castillo. No pude contener mi curiosidad y me acerqué. En efecto, era el mismo chaval. Nos saludamos y la bibliotecaria me informó de quién era su madre. Cuando la vi, le referí esta anécdota y le dije la buena impresión que me había causado su retoño. Ella me comentó que su hijo le había referido la conversación con "una señora mayor". Opté por no enfadarme, pues para alguien de doce años soy de la tercera o la cuarta edad.




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