Sinopsis:
Tres personas parecen llevar una vida perfecta, pero ocultan oscuros secretos que ni siquiera sus más allegados sospecharían nunca. Megan es una madre trabajadora de tres hijos. Ray es un prometedor fotógrafo documental atrapado en un trabajo sin futuro. Y Broome, un detective que no puede dejar de lado un caso sin resolver de una persona desaparecida. Cuando llega una vieja amiga del pasado de Megan, llamada Lorraine, con una noticia bastante impactante, los tres protagonistas se ven afectados de una manera atroz, amenazando con arruinar sus vidas y la de quienes los rodean.
Tras No hables con extraños y El inocente, Netflix nos ofrece otra adaptación de una novela de Harlan Coben. Como marca de la casa, en la base subyace la tesis de la dificultad, casi imposibilidad, de conocernos mutuamente y que todo el mundo guarda secretos. En los ocho episodios que componen la miniserie autoconclusiva se suceden los giros y las vueltas de tuerca, lo que aconseja una maratón, porque de lo contrario no hay quien se acuerde de quién engaña o traiciona a quién. También es verdad que, por eliminación, no tardé en averiguar el asesino.
Menos mal que repite Richard Armitage, con toda su largura, como en la primera de las series citadas.
Como particularidad, agradecí la presencia de un personaje en silla de ruedas, una empleada de la comisaría, una más, sin tener que explicar por qué no camina aunque agradeciendo, eso sí, la accesibilidad del edificio. La diversidad y la inclusión van más allá de la raza o la orientación sexual.
Como contrapunto ridículo, la pareja de asesinos a sueldo, que parecen los villanos de Pokémon. Si en la novela son así, qué descansado se quedaría el señor Coben.
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