Sinopsis:
En un viejo almacén de un barrio popular de Santiago de Chile tres
sexagenarios esperan impacientes la llegada de un hombre. Cacho Salinas, Lolo
Garmendia y Lucho Arencibia, tres antiguos militantes de izquierda, derrotados
por el golpe de estado de Pinochet, condenados al exilio y al desarraigo,
vuelven a reunirse treinta y cinco años después, convocados por Pedro Nolasco,
un antiguo camarada al que esperan para ponerse a sus órdenes y ejecutar una
temeraria acción revolucionaria. Pero cuando Nolasco se dirige a la cita en el
almacén, muere de forma grotesca, golpeado por el destino ciego en forma de un
tocadiscos lanzado desde una ventana en medio de una violenta discusión
conyugal. El plan parece haberse ido al garete por la muerte del líder hasta
que Garmendia se dirige a sus compañeros y, recordando la expresión favorita de
su difunto compañero, les dice: “¿Qué, nos la jugamos?”.
Por muy patético que parezca, tomé prestado este libro de la biblioteca porque
era corto y con la tipología de letra grande.
Por suerte, la historia también es interesante, con su punto de nostalgia para los luchadores por la libertad de todos los tiempos. Admito que soy poco idealista y que las creencias no me mueven a la acción. Menos mal que no todo el mundo es como yo y gracias a personas así se han conquistado derechos humanos.
Una novela que no deja de conmover, arranca uuna
sonrisa y hasta una carcajada y, a la postre, hace reflexionar.
1 comentario:
Ya sé que los luchadores "idealistas" pueden llegar a ser extremadamente crueles o indeciblemente ridículos. Es tan, tan difícil plantarle cara a la "realidad" tal como está instituida, como suma de muchos poderes e intereses que confluyen en un único punto: el fuerte se come al débil, de una u otra forma. Pues bien, romper ese círculo de lo "real" e "inevitable" requiere muchas veces que las alternativas que se plantean tengan un alto coste humano o una elevada inviabilidad. Un sistema es mucho más que la suma de sus partes: es también la marca que deja en la psique de todos y cada uno de nosotros, una marca de la que no es nada fácil librarse.
Pero creedme: si no fuera por la amenaza que esos "chalados" y "chaladas", amén de los totalitarismos creados por esas ideologías, si no fuera por esa amenaza, repito... muchos de los derechos que hemos disfrutado durante años (y que ahora vuelven a quitarnos) sencillamente no existirían.
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