El periódico Información dedica una semblanza al párroco de Agost.
Un cura bueno. Simpático también. Sonríe casi como respira. Vivió los horrores de la guerra civil en Angola. Siempre tuvo vocación para el ejercicio del sacerdocio. Desde niño. Lleva 17 años en Alicante. Ha oficiado misas y ha repartido hostias, sermones y credos en parroquias de los barrios alicantinos de Florida Portazgo, Rabasa y San Agustín. Ahora es párroco de la iglesia San Pedro Apóstol, en Agost, administrador de la ermita de Verdegás y capellán del Hospital de San Vicente del Raspeig; siempre está al lado de los enfermos. Va pegado a un teléfono móvil por si alguien, quien sea, requiere su presencia. Y toca el órgano para sus parroquianos con notas de música religiosa; en su casa prefiere otros sonidos en soledad: pop y rock and roll.
José Manuel Soma (Angola, 1968) pasó su infancia en las calles y en colegios de Benguela, una ciudad pegada al océano Atlántico, entonces una provincia de ultramar para los portugueses. Su padre, Manuel, se dedicó a llevar las cuentas y la producción de una empresa dedicada a la explotación agraria; la madre, Felicia, bastante tenía con sacar adelante a una familia con cuatro hijos. Asistió a sus primeras clases en una escuela misionera con profesores angoleños y portugueses. Uno de sus abuelos fue catequista. Vivió los horrores de la guerra civil que enfrentó a varios movimientos y a sus respectivos aliados de otras naciones desde que Angola se independizó del dominio de Portugal, el 11 de noviembre de 1975. Soma era un chaval: tenía siete años. La contienda entre angoleños se prolongó más de cinco décadas con un triste y espantoso balance: 800.000 muertes, cuatro millones de refugiados y decenas de miles de mutilados, especialmente por las minas antipersona.
José Manuel Soma estudiaba Enseñanza Secundaria cuando traspasó las puertas del seminario de Benguela. Tenía 16 años y clara vocación diocesana. Entró como propedéutico. Pasó dos años como aspirante al ejercicio del sacerdocio. Tras dos cursos aprendiendo filosofía y otras materias, se trasladó al Seminario Mayor Cristo Rey, en la población de Huambo, a 260 kilómetros de casa. Se formó en teología y cuatro años más tarde se ordenó como sacerdote en su ciudad, en Benguela. Estamos en 1999. Ya con sotana, colaboró con la ONG Catholis Relief Services, de actividad similar a la que realiza Cáritas, y también como buen pastor en una pequeña parroquia, al tiempo que trabajó en labores administrativas y de recadero en el Obispado de Benguela. Ahí estuvo unos ratos: cuatro años. Se trasladó a Madrid para ampliar su formación en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Poco más tarde llegó a Alicante en tren. Con una maleta y sueños. Su primer destino fue como vicario de la parroquia Virgen del Rosario, situada en el barrio de Florida-Portazgo, en 2008. El obispo de la Diócesis Orihuela-Alicante era Rafael Palmero. Cientos de misas y rosarios después fue trasladado como párroco a las iglesias Sagrada Familia, en Rabasa, y de San Agustín. Pronto se integró en el vecindario y en sus cosas. Lo recuerdan como una persona muy implicada en las actividades sociales de los dos barrios.
Pero seis años y siete meses más tarde, más o menos, el cura José Manuel Soma tuvo que hacer de nuevo la maleta y trasladarse a otro altar: el de la iglesia de San Pedro Apóstol de Agost, construida en el siglo XVI. Una antigua leyenda de la población agostense narra que San Pedro bajó de los cielos para apresar una bruja que atormentaba al pueblo. De ese imaginario episodio, quedó grabado en una parte del lateral de la iglesia un rostro con unas llaves que, según el relato popular, se trata de la imagen de San Pedro, que quedó grabada en esas piedras del edificio para siempre.
Misa diaria de martes a sábado a las siete en punto de la tarde, funerales y confesiones al margen. También administra las actividades en la ermita de la Santísima Trinidad ubicada en la pedanía alicantina de Verdegás, donde oficia para sus parroquianos cada domingo, a eso de las 10:30 horas. «Es un buen cura, educado y una gran persona. Cuando llegó nos sorprendió porque era negro. Pero estamos muy contentas con él», asegura una de las vecinas.
Además de celebrar bodas, bautizos y comuniones, este simpático y amable cura sabe escuchar y entender a los feligreses; visita a enfermos y oficia exequias a los muertos para consolar a sus familiares y amigos. Vive pegado a un teléfono y a un módem para atender las necesidades espirituales o las que sean de sus vecinos y de sus parroquias.
También es capellán del Hospital de San Vicente del Raspeig, centro de referencia para pacientes crónicos de la provincia de Alicante y de otras cercanas. Acude cuando algún interno requiere su presencia, tal vez para hablar o para sentirse escuchado. Cada miércoles y cada viernes oficia misas al filo del mediodía en una amplia capilla con la luz tenue que penetra desde el cielo por dos largas vidrieras. «Pocos enfermos pueden asistir a las eucaristías, pero sí familiares y personal sanitario». José Manuel entra al hospital sonriendo, bromea con el personal de recepción, con celadores; con todos: enfermeras, enfermeros, médicos y trabajadores de limpieza. Sube a la tercera planta del edificio, donde se encuentra la capilla. Y se coloca una bata banca para empezar el recorrido por plantas de habitaciones llenas de silencio y dolor.
https://www.informacion.es/alicante/2025/02/01/cura-solidario-113881235.html