Esta sonrisa de felicidad se debe a que el miércoles pasado, en mi más de medio siglo de vida, por primera vez pude usar el transporte público local, que desde hace unas semanas es accesible.
Mi compañera de aventura fue Mari Pau. Intentando cuadrar horarios, cogimos el único autobús vespertino, que sale a las 15.53 h. Una media hora después bajamos en San Vicente, última parada del trayecto, cruzamos la calle y abordamos el tranvía que estaba casi saliendo. Llegamos al centro comercial sobre las 5, corrimos hacia el ascensor, pasamos el móvil por una máquina del cine (había comprado las entradas online en previsión de lo ajustado del tiempo y el aparato lee un código de barras que me enviaron al email: hay que ver cuánto adelanto) y accedimos a la sala donde ya estaban echando anuncios. Allí nos esperaba nuestra amiga Loli, que había ido en su coche para aprovechar hacer compras.
Vimos El día que vendrá, pero eso te lo comento en otra ocasión.
La cuestión es que, gracias a este autobús, se me abren muchas posibilidades de ocio que pienso aprovechar.
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