El día de mi cumpleaños fui con mi hermana y mi prima Laura al concierto de Alejandro Sanz en Elche. Tendría que haber ido Pedro pero su dolor de rodilla se lo impidió. Menos mal que mi hermano se brindó a llevarnos.
El cantante ofrece la garantía de un espectáculo de calidad, con independencia de que se sea fan o no. Para empezar, la organización fue impecable, a la hora de gestionar las largas colas, los lugares de aparcamiento, la zona para personas con movilidad reducida, no podría poner un pero. Por no hablar del despliegue de sonido e imagen, con enormes pantallas que acercaban el escenario a todo el estadio.
Desde allí, por ejemplo, vimos la creciente presencia femenina en el personal que lo acompaña, no solo las coristas, que es lo habitual, sino entre los miembros de la banda. Por cierto, todas ellas con zapatillas deportivas, ninguna con tacones: bien por ellas. Tampoco podía faltar la nota ecologista con el llamamiento a unirnos a Greenpeace, lo que no me cuadraba con el hecho de que se vendían vasos de plástico conmemorativos de la gira; de plástico reutilizable pero plástico al fin y al cabo.
Alejandro combinó las canciones de su último disco con otras de su repertorio anterior, que fueron las más aplaudidas, obviamente. Siguiendo la tónica de los conciertos previos de la gira, aquí también contó con artistas invitados con los que compartió duetos, como Vanesa Martín, India Martínez y, el que más ilusión me hizo, Pablo López. Incluso participó su hijo Alexander tocando el trombón.
Tras algo más de dos horas acabó el concierto con un precioso castillo de fuegos artificiales que encantó a las 33000 almas que allí coreábamos el Corazón partío.
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