El sábado pasado se casó Lourdes, la hija de mi amiga Encarni. Desde hacía muchos meses, todas las Guapetonas estábamos invitadas a la boda. Con la pandemia y la limitación de aforo en celebraciones y restaurantes, el número de invitados quedó reducido al estricto núcleo familiar. Aun así, ofrecimos como obsequio a los novios un desayuno que les llevaron a casa.
Como la ceremonia civil tendría lugar en la ermita desacralizada de San Pedro, con una explanada al aire libre, fuimos a verlos. La novia estaba bellísima, radiante, al igual que su madre. Nos costó contener la emoción al ver en el ramo de novia una foto de Pascual, su padre, fallecido el año pasado.
Qué raro se me hizo no besar ni abrazar a los novios para darles la enhorabuena, por no hablar del momento en que el alcalde, amigo de la familia, les dijo que se podían besar y se tuvieron que retirar las mascarillas.
Con su permiso (vista gorda, más bien) todos nos las quitamos durante los segundos justos para que el fotógrafo inmortalizase el momento. Con las mascarillas puestas, les echamos el correspondiente arroz y esos cilindros que expulsan papelitos de colores y de cuyo nombre no me acuerdo.
Me encantó asistir a esa boda atípica y compartir la alegría con los novios y la familia,
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