En mi empeño por bajar la cantidad de libros pendientes por leer este verano, no debí emprender la lectura de uno de casi medio millar de páginas, porque así no cunde la tarea.
Este forma parte de un lote de literatura oriental que me tocó en un sorteo. Espero que los otros sean más ligeros.
Si no llego a saber que la trama se sitúa en el Japón contemporáneo, habría podido pensar que se trataba de una distopía metafórica de la opresión de la mujer, casi al estilo de El cuento de la criada. Me resulta impactante, por no decir repulsiva, una sociedad tan machista, misógina y, encima, gordófoba a más no poder. El ideal de la mujer es casera, dedicada a su marido, cocinera esmerada, de aspecto impecable y delgadísima. La mujer que quiere destacar profesionalmente es percibida como un engendro masculinizado por no aceptar que nunca se podrá equiparar al hombre.
Indignada por lo anterior, no he podido disfrutar de la lectura, además de que cuesta identificarse con los personajes. He acabado cansada de tanto detalle gastronómico, de tanto arroz y de tanta mantequilla.
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