El sábado 15 asistí a la boda de Inés y Juan, cuya invitación os enseñé.
Previo paso por chapa y pintura (peluquería y ligero maquillaje), a las 11 estaba en el lugar acordado el vehículo adaptado que nos llevaría a Rosa y a mí, tras cuarenta y cinco minutos de viaje, a la maravillosa finca donde tuvo lugar la ceremonia, el banquete y la fiesta.
Todo estaba perfectamente orquestado, lo que me lleva a pensar en el ingente trabajo y dolores de cabeza que habrán tenido los novios para organizarlo.
Creo que nos pasamos con los rezos para que no lloviera porque hizo un sol de justicia. Por fortuna, el lugar de la ceremonia estaba a la sombra. Fue muy emotiva, desde el recuerdo a los abuelos fallecidos a los parlamentos de primos y amigos por ambas partes refiriendo anécdotas, pasando por el intercambio de votos: las lagrimillas nos brotaban a la mayoría. Huelga decir lo guapísimos que estaban los novios y mi amiga Paqui de madrina.
Al término, empezaron a circular bandejas de comida que aquello era un no parar. Mis amigas se encargaron de cebarme y cuidarme. Para no reventar, de vez en cuando parábamos para hacernos fotos. Cuando entramos al banquete, pensaba que no podía comer más pero me equivoqué. ¡Es que todo estaba riquísimo! Cómo estaría mi alma que, a pesar de lo apetitoso de la mesa dulce, no pude probar ni una chuche. Luego, copas y bailoteo hasta las tantas, aunque Rosa y yo nos volvimos a media tarde porque no podíamos más.
El lunes siguiente, cumpleaños de la novia, sin apenas descansar, los novios partieron a Japón de viaje de luna de miel. Que sean tan felices como estos días.
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