Con la bonanza de las temperaturas y la relativa tranquilidad de las vacunas, ya me planteo actividades de la antigua normalidad. El sábado por la mañana vi de casualidad a mi amiga Encarni. Me dio un flash y, sin pensarlo dos veces, le pregunté si tenía planes para la tarde por si le apetecía ir a Alicante. Puesto en común con el resto de las Guapetonas, al final nos juntamos tres para coger el autobús, luego el tranvía y pasar una tarde de compras y camaradería.
En el bus hasta San Vicente, bien, pero en el tranvía hacia la ciudad íbamos como sardinas en lata. Por megafonía no paraban de repetir la obligatoriedad de la mascarilla y de permanecer en silencio durante el trayecto. De mantener la distancia de seguridad, ni mu, porque es imposible. Lo que me lleva al eterno debate de las restricciones impuestas a la hostelería en meses pasados. Viendo cómo está el transporte público, no sé dónde hay más peligro. El centro comercial no es que estuviera vacío pero no había aglomeración en ninguna tienda.
Terminadas las compras, ya en San Vicente, haciendo tiempo para el autobús de vuelta, optamos por una merienda-cena. Sin sentirme segura al cien por cien, la verdad es que me alegró retomar actividades de ocio. Poco a poco.
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