El sábado asistí a un concierto de una de la bandas locales. Fue al aire libre, en el patio de un colegio. Las entradas, gratuitas, se reservaban por la web de la banda y había que decir cuántas personas irían. Así, las sillas de mi hermana y la mía estaban separadas de las demás por la distancia reglamentaria. Gel hidroalcohólico a la entrada y las mascarillas puestas. Incluso las llevaban los miembros de la banda que no tenían que soplar, como los percusionistas, el pianista y el del bajo eléctrico.
Y es que la banda se convirtió por un día en una Big Band, para lo que contó con un trompetista y un saxofonista de prestigio invitados. La noche era estupenda, ni frío ni calor, y disfruté de la música y del mismo hecho de estar fuera de casa como antaño. Me emocioné y todo.
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