domingo, 14 de julio de 2019

Los perros duros no bailan



Sinopsis:
«Nací mestizo, cruce de mastín español y fila brasileña. Cuando cachorro tuve uno de esos nombres tiernos y ridículos que se les ponen a los perrillos recién nacidos, pero de aquello pasó demasiado tiempo. Lo he olvidado. Desde hace mucho todos me llaman Negro.»

A pesar de los muchos detractores que tiene el señor Pérez-Reverte, a mí me parece un maestro de la palabra y del análisis de la sociedad en general y de la española en particular. La disección es tan certera que ni siquiera necesita personajes humanos: a la manera del genio cervantino en El coloquio de los perros, son los canes quienes actúan y reflexionan como personas pero con más conocimiento y mejores sentimientos, porque los instintos son los mismos.

La voz de Negro, el perro narrador, podría ser la de Alatriste o Falcó, con ese tono desencantado del que ha visto de todo y nada bueno espera de la vida. Nos habla de lacras como el maltrato animal o el neonazismo, de la situación de los inmigrantes, de la lealtad y la cobardía. El final es propio de un western o de una película de gladiadores.

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