Hace unos días murió J. D. Salinger, el autor de "El guardián entre el centeno". No voy a entrar en cómo el escritor se aisló de todo y de todos, convirtiéndose en un misántropo devorado por su propio mito. Tampoco en los valores literarios (o en la falta de ellos) en la novela. Yo la leí hace años, me encantó y no hace mucho la he comprado y vuelto a leer.
No suelo ser una lectora muy aprovechada: me quedo en la superficie de la trama, en si los personajes me gustan o no, en si me ha entretenido. Resumiendo: no profundizo. Por lo tanto, no soy quién para discutir de literatura, ni de cine, ni de tantas cosas. Pero sé lo que me gusta y defiendo el derecho de las personas a disfrutar sin complejos de aquellas obras que les llaman la atención y les hacen soñar, no importa la calidad que se les atribuya, sobre todo por parte de los críticos profesionales.
Pero no desbarremos: de lo que quiero hablar, o mejor dicho, de quien quiero hablar es del protagonista de "El guardián entre el centeno". Holden Caulfield, ese pobre muchacho que va dando tumbos por la Nueva York de posguerra y por la vida tras la muerte de su hermano, me gusta sin poder evitarlo, simpatizo con él pese a que sus defectos son evidentes o tal vez gracias a ellos. Es un niñato de clase alta, sí. El único contratiempo que ha tenido en su vida es la muerte de un hermano a quien quería profundamente; no lo ha superado, pese a que tiene otros hermanos a los que aprecia y unos padres que se preocupan por él. De acuerdo. Suspira por un mundo donde impere la más rígida sinceridad, sin comprender que a veces lo que él considera hipocresía es el aceite que mantiene bien engrasadas las relaciones humanas. Totalmente de acuerdo. Y está un poco obsesionado con el sexo. Bueno, más que un poco. Dicen de él, por último, que es un adolescente ignorante, y que tiene un lenguaje paupérrimo y repetitivo (reflejado y utilizado magistralmente por Salinger)
Pues sí, todo eso es cierto, pero ese chico me encanta. Veamos porqué.
Porque es una persona que encierra en sí la pura lucidez de la infancia y la promesa del sensible hombre adulto que podría llegar a ser. Caulfield ve a través de las personas: puede que sea un mocoso, pero su diagnóstico es certero. Su colegio no es más que un criadero de depredadores sociales. Su compañero de cuarto, un atleta sexual con menos cerebro que un grano de acné y una sensibilidad que no va más allá de la punta más sobresaliente de su anatomía (no, no me refiero a la cabeza) Su profesor-mentor, alguien con bastantes probabilidades de ser un pedófilo (pese a que este extremo no queda muy bien aclarado) La gente que le rodea está tan contaminada por lo que la sociedad espera de ellos y por lo que ellos desean extraer a los demás, que no se paran a pensar lo que hay de auténtico en su vida, en sus relaciones.
Si eso es ser adulto, seguramente piensa Caulfield, mejor no crecer; mejor permanecer en ese limbo entre niño y adulto en el que se ha refugiado y del que se niega a salir. Caulfield es cobarde, no coge el toro por lo cuernos, pero tiene un instinto infalible para apreciar la belleza, el coraje (de ahí su admiración por el pobre compañero que prefirió suicidarse antes que humillarse) y para ver los detalles que hacen única a una persona, no un simple medio para conseguir algo.
El problema de ese muchacho es que no se adapta a los demás, no les acepta tal como son para, a su vez, aceptarse a sí mismo y desde ahí influir sobre lo que le rodea. Y, sobre todo, su problema es que no se perdona a sí mismo seguir vivo cuando su hermano, mucho mejor persona que él, ha muerto. Lo que hace grande, en mi opinión, al bueno de Holden, es percibir las cosas de este modo. Su cuerpo crece, su mente se expande aunque él no lo quiera, pero no logra reconciliarse consigo mismo. No se conforma con aceptar las cosas tal como son, o al menos como él ve que son.
Dicen las malas lenguas que Caulfield es el paradigma del adolescente ignorante y mal hablado... ¡je, pues no lo dirán en comparación con algunos de los adolescentes que hay ahora! En primer lugar, parece que, cuando se lo propone, sabe juntar las palabras para formar frases que tienen sentido. Esta cualidad es más bien rara es un chico de esa edad. En segundo lugar, su gusto musical y artístico tiene un alto nivel de exigencia. De nuevo, me temo que no nos encontramos ante el típico adolescente contemporáneo. En tercer lugar, cuando Caulfield siente afecto por alguien, se da por entero a esa persona.
Así pues, Caulfield no es un héroe. Ni falta que hace. De algún modo, él es mucho más que eso: es el Guardián entre el Centeno, el adolescente inconformista que alguna vez fuimos, cuya misión es impedir que lo mejor de nosotros mismos, las cualidades que desarrollamos durante nuestra niñez, se pierdan para siempre en el precipicio de la vida adulta y de lo que la sociedad quiere hacer con el niño que corre en nuestro interior.
1 comentario:
La adolescencia es, sin duda, la etapa más confusa de toda la vida humana. Raro es quien sabe cruzar ese puente entre la infancia y la adultez, lo veo cada día entre mis alumnos, y eso que ya tienen 17 y 18 años la mayoría. De todas formas, creo que los adolescentes de nuestra época estábamos más preparados para dar ese salto, y no me refiero (sólo) académicamente, sino a los principios morales que nos inculcaron en casa, como el valor del esfuerzo y el respeto a los demás. Es una pena, porque en el fondo tienen muy buenos sentimientos, quizá demasiados, y a través de esa bondad e inocencia les cuelan los vicios.
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