Sinopsis:
Tras la muerte de su madre, Gabriele vuelve al pueblo de los veranos de su infancia. Allí le espera su padre, con el que no habla desde hace años. Juntos se disponen a cumplir el último deseo de Greta: que las tres personas más importantes de su vida —su marido, su única hija y su cuñada— esparzan sus cenizas en un lugar donde fueron felices. Los secretos que Greta desvela en las cartas que deja a su familia terminarán con el silencio entre padre e hija y, como en un dominó, alterarán la vida de todos y propiciarán un encuentro inesperado que hará que Gabriele descubra que en la vulnerabilidad se halla la magia de la vida.
La primera vez que tomé prestada esta novela de la biblioteca no recuerdo qué pasó que la devolví sin empezar. Tendría que haber interpretado la señal. Otro día vi que se la llevaba una conocida y me vino a la memoria que la tenía pendiente de leer. Por fin me la volví a llevar la semana pasada, aunque admito que el medio millar de páginas me echaba un poco hacia atrás.
Cuando llevaba casi un centenar de lentas páginas me di cuenta de que las podía resumir en un par de oraciones.
Veamos: ni estoy en contra de la prosa morosa ni necesito que sucedan hechos trepidantes sin parar, pero es que entre un extremo y otro hay una mesura. No me enganchaba nada a la lectura. No obstante, también me dolía abandonarla, así que emprendí una lectura rápida a base de saltarme párrafos enteros y detenerme solo en los que consideraba cruciales para enterarme del devenir de los personajes, bastante predecible, todo sea dicho.
Por supuesto, es una percepción mía y no le faltará mérito cuando fue finalista del último premio Planeta, con independencia de que la autora sea un rostro conocido en la televisión de masas.
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