El miércoles era fiesta local y las Amas de Casa de Agost habían organizado una excursión a Orihuela. Creo que esta ciudad está maldita para mí. La última vez que estuve allí, en abril del 2008 (el blog es mi memoria) pasé un día horrible con molestias intestinales.
El problema no es que lloviese en exceso sino el viento que impedía el uso normal de paraguas. Todos se estropearon al voltearse con la consiguiente ruptura de varillas y la inutilidad de su servicio. Las papeleras parecían cementerios de paraguas, por no contar los que nos encontramos abandonados en el suelo, probablemente huidos de las manos de su dueño por una ráfaga de viento.
Puede que lo de "maldición" sea un poco exagerado: gracias a Dios nadie sufrió un accidente y al final, sin quedar otro remedio, procuramos tomarlo con humor. De haber ido gente más joven, habríamos sido carne de tik tok. Era para grabarnos, de verdad.
Por la mañana visitamos la casa de Miguel Hernández y el Colegio de Santo Domingo. La guía llamó al restaurante para adelantar la comida porque no era plan de pasear por allí. Tras la sobremesa, hubo diferencia de opiniones entre los ocupantes de los dos autobuses: unos querían regresar y otros continuar la visita. Confieso que consideré la primera opción, pero from lost to the river, total, unos litros de agua más... Así vi la catedral, de las más pequeñas de España, y la iglesia de las Santas Justa y Rufina, que para eso son las patronas de la alfarería. De regreso a Agost, seguían cayendo chuzos de punta.
Mi miedo era resfriarme o pillar una afonía por el capricho de la dichosa excursión. Gracias a Dios, de momento no tengo ningún síntoma al respecto.
Y hasta aquí la crónica de una remojada anunciada.
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