Sinopsis:
A finales del siglo XIX dos genios, Thomas Edison y George Westinghouse, compiten -éste último junto a Nikolai Tesla- para crear un sistema sustentable de electricidad y poder comercializarlo a todos los Estados Unidos en lo que se conoce como la 'guerra de las corrientes', una rivalidad entre ambos en la década de 1880 por el control del incipiente mercado de la generación y distribución de energía eléctrica.
El viernes me tomé el último día libre que me quedaba para ir al cine, que no me quería perder La guerra de las corrientes, donde mi admirado Benedict Cumberbatch interpreta a un Edison un tanto egocéntrico y pagado de sí mismo, una superestrella de finales del siglo XIX, frente al más templado Westinghouse que no temió que Tesla le hiciera sombra con su talento. Alrededor de estas tres figuras gira la trama histórica, quiero creer que bien ambientada. Tenemos tan asumido lo de encender un interruptor para tener luz o enchufar cualquier aparato que no pensamos en lo relativamente moderno del invento, en su origen, ni en la revolución que supuso.
La película sufrió el escándalo de Harry Weinstein, su productor, por lo que se retrasó su estreno. La versión que tenemos en pantalla es la del director, más acorde a su visión que la que aquel presentó en el festival cinematográfico de Toronto en 2017 y que tan malas críticas cosechó.
La película se ve con agrado, en efecto, pero, aunque no pasará a los anales del género, se merece más promoción y atención de la que se le ha brindado, que va a pasar casi de incógnito por las pocas pantallas que la exhiben. Me dolió no poder entrar a la sesión de versión original subtitulada, porque por el horario no llegaba al autobús. Y es que uno de los atractivos de Benedict es esa voz de jaguar encerrado en un chelo, a la que no se le resiste ningún acento. Y qué guapo está el condenado.
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