12:30 del mediodía del que parecía el lunes más normal de abril hasta que la vida de todos los habitantes de la Península Ibérica (y parte del sur de Europa, aunque todo está todavía por confirmar) se vio de repente paralizada por un apagón de duración indeterminada. Los habitantes ultraconectados, ultrainformados y ultratecnologizamos nos encontramos volviendo a casa caminando -quienes pudimos, otros se metieron en atascos de horas hasta que llegaron a sus destinos-, comprando pilas para cargar viejos transistores que no habíamos llevado al punto limpio en un arranque acumulador que hoy agradecemos y abasteciéndonos de velas.
La era de las telecomunicaciones era interrumpida sin conocer las causas ni las consecuencias. Tampoco sabíamos qué hacer, ¿nos acordábamos acaso de cómo llegar a casa andando sin mirar Google Maps? ¿Qué hago si se me ha descargado el libro electrónico? ¡Pero cómo voy a comer si no puedo cocinar!
Cuando vi que se había ido la luz, no me alarmé pues no es extraño en Agost, sobre todo en días de lluvia. En esta ocasión lo achaqué a las obras que se eternizan en mi calle, pensando que los albañiles habrían cortado el suministro por alguna razón. De camino al centro de salud, donde Pedro recibiría curas en unas heriditas en las piernas, nos enteramos con estupor del alcance peninsular. En la consulta no había problema porque disponen de un generador.
Cancelamos el plan de ir a comer fuera a continuación. Tampoco podía Pedro cocinar ya que tenemos vitrocerámica. Así que compré un par de cocas en la panadería, donde se había agotado el pan.
Mi mayor preocupación era la máquina de respirar. Me consta que dispone de una pila, pero ignoro su duración.
Pasé la tarde en el pasillo de entrada de mi edificio leyendo. Allí estaba al tanto de las noticias de la radio que tenían los albañiles y departía con los vecinos que entraban y salían. La radio a pilas que compré a Pedro cuando estaba en el hospital se hallaba almacenada en el trastero: como no había electricidad, tampoco funcionaba el ascensor y no la pude rescatar.
A eso de las siete de la tarde, una vecina que me regaló unas velas anunció que ya había vuelto la luz y, con ella, mi respiro y mi alivio. La conexión con internet y la línea telefónica no llegaron hasta pasada la medianoche.
Y así pasó mi día de apagón, sin mono de conectividad y entre teorías conspiranoides que luego han devenido en divertidos memes.
Aparte de los memes, me acordé de una canción noventera que hablaba de las cosas que suceden con un apagón. No me venía a la mente quién la contaba hasta que la busqué en Youtube en cuanto volvió la cobertura. Aquí la tenéis.










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