martes, 17 de enero de 2017

De la centralita pública al Whatsapp




Os pongo un extracto del diario Información donde se comenta la evolución de las telecomunicaciones y hablan de mi paisana Dori, la que fue nuestra telefonista.

Las comunicaciones telefónicas han vivido una continua revolución en los últimos 20 años, hasta el punto de que el móvil se ha convertido en una herramienta básica para el día a día y, además, llamar a alguien ni siquiera es por lo general la principal acción que se realiza con el aparato. El reciente decreto por el cual el Gobierno obliga a Telefónica a encargarse del mantenimiento de las cabinas, después de que ninguna empresa quisiera optar al concurso público que se convocó, ha puesto de manifiesto hasta qué punto los teléfonos públicos son un elemento en claro desuso. No se trata ya únicamente de que prácticamente todo el mundo dispone de su propio móvil, sino que, además, las aplicaciones de mensajería instantánea o de entretenimiento y las redes sociales han dejado en un segundo plano las clásicas conexiones de voz.

Vivir ahora sin estas comodidades se antoja extraño, pero hasta hace relativamente poco el teléfono fijo era la principal forma de comunicarse de manera instantánea a distancia y, además, era un servicio caro que no todas las familias podían permitirse. Y tampoco hay que remontarse mucho más en el tiempo para llegar a la época en la que contactar no eran tan sencillo como marcar un número. Hasta bien entrada la década de 1980, en muchos lugares no era posible llamar directamente de un abonado a otro, sino que había que pasar necesariamente por centrales manuales.

En ese proceso existía una figura fundamental, la de las telefonistas. Eran ellas –había también algunos hombres, pero era un trabajo eminentemente femenino– quienes hacían posible que el emisor y el receptor de la llamada se pusieran en contacto. Para ello, el primero debía pedir a la operadora la comunicación –«conferencia» era el término exacto que se empleaba–; si era de la misma localidad, le bastaba con introducir una clavija. Sin embargo, si el destinatario era de otro lugar, debía conectar con otra central, y la mayoría de veces ésta hacerlo con otra, y así sucesivamente hasta llegar a contactar con el abonado solicitado.

Lo precario del sistema y la escasez de líneas provocaba que en ocasiones se tardara horas en establecer la llamada. Por eso, era habitual que las conferencias se pidieran con antelación, o se realizaran en la centralita local, dotada siempre de un locutorio público. En algunas localidades, sobre todo entre las más pequeñas, la centralita podía ser incluso el único teléfono existente. En estos pueblos, una sola persona se encargaba de prestar el servicio, que solía asignársele por alguna cuestión en particular.

Los recuerdos se multiplican en el caso de Dori Castelló, operadora en Agost hasta 1973 y que después siguió trabajando en el servicio de información telefónica en Alicante hasta 1999. Ese tiempo dio para un sinfín de anécdotas divertidas. «Me hacía mucha gracia lo que me preguntaban, pero claro, no podía reírme», señala. En 2008 las plasmó en un libro titulado «Memorias de una telefonista», lo que le permitió incluso ser entrevistada en televisión. El año pasado fue pregonera de las Fiestas de Agost, un reconocimiento máximo por parte de su pueblo que pone de relieve la importancia que en su momento tuvo esta figura profesional, y el recuerdo que dejaron muchas de las mujeres que desempeñaron este trabajo.

1 comentario:

carolina dijo...

Me acuerdo de que Conchi hizo una reseña de dicho libro en el blog. Seguro que es muy divertido. Y es que la vida real da para mucho: a veces hasta supera de largo a la ficción...