viernes, 3 de marzo de 2017

ASFALTO



La lluvia golpeaba su ventana con un leve matiz de resaca reciente. Le pareció oír un maullido al fondo del callejón, o -tal vez- fuera parte de esa pesadilla recurrente que cada noche lo despertada a empujones. Siempre el mismo silencio, el mismo viento helado, su madeja de pelo rubio envuelta en el carmesí horizonte de una cadáver sin ojos.

Eric odiaba a los gatos, con esa sutil delicadeza que sólo atesoran los asesinos en serie. De niño le había mordido uno con la nube de la rabia en cada diente, y su madre rezó incluso a Santos inventados para evitar que el martillo de la fiebre lo aplastara. De ahí que la comisura de una carcajada asomara cuando tropezó con lo que parecían las tripas de uno de aquellos felinos a los que disparaba sin disimulo, siempre con silenciador, desde el patio trasero de su último refugio.

Notaba el agrio ronroneo de las alimañas, sombras de disimulo y vapor, oteando el paisaje de sus zapatos, esperando cualquier parpadeo para seguir con el banquete. Siguió caminando, temblando como sólo saben hacerlo las cometas en pleno huracán. Ya estaba decidido: su último grito calmaría el dolor. Despuntaba el alba con una parsimonia postiza, el eco de su aliento empañando los demás sentidos. Cerró los ojos como si un puño los precintara, y saltó... A lo lejos le pareció adivinar un susurro de amor, tenue y sedoso, masticado ya por el asfalto que, en breve, iba a recibirlo con los brazos abiertos...

© Alberto Pascual. Marzo  2017.

Muchas gracias a nuestro amigo Alberto por compartir con el blog su microrrelato.

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