Como tenía una entrada de cine que caducaba justo el jueves, fui al cine, actividad que ya echaba de menos. Dada mi reciente exaltación por Antonio Banderas, entré a ver El gato con botas: el último deseo. Mi intención era verla en versión original subtitulada, pero no llegué a tiempo debido a un retraso de diez minutos en el autobús a San Vicente por cuya culpa tuve que aguardar quince minutos más al siguiente tranvía. Por los pelos llegué a la versión doblada, lo que no me importó demasiado porque sigue siendo la voz del propio Banderas, con su acento y su gracejo malagueños y canallitas. Qué arte tiene ese hombre, aunque el gato no canta tan bien como el solterón de Bobby, lo que ya os contaré.
Entre todas las aventuras trepidantes y la mar de divertidas, trata también temas profundos como el paso del tiempo, el miedo a la muerte, el peso de los temores personales, la soledad, pero triunfa la amistad y la familia, sea la natural o la que se elige. Una película que está recibiendo excelentes críticas bien merecidas.
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