A finales de mayo hubo en el centro social una revisión de la vista como prevención del glaucoma, a priori destinada a la tercera edad. El conserje me dijo que podía ir quien quisiese, que de hecho buena parte de los compañeros de trabajo se sometería al examen. Se me cayó el mundo cuando me diagnosticaron una catarata en el ojo derecho. Estaba tan chafada que ni ganas me quedaron de ponerlo en el blog.
Lo primero que se me ocurrió fue volver a pedir cita con mi médica de cabecera a ver si me enviaba a Oftalmología por urgencia y así acortar el periodo de espera. Se negó. Lo volví a intentar semanas después y la doctora sustituta accedió.
Tres meses después (bien poco comparado con la demora que suele haber) fui a la consulta. Pasé por dos profesionales, un óptico y un oftalmólogo, presumo, y por unos cuantos aparatos. Me dilataron las pupilas y me torturaron con unas luces intensas que me hicieron sentir como un vampiro cuando se enfrenta a la verdadera muerte. Todo lo di por bien empleado cuando la conclusión a la que llegaron fue que ¡no tengo cataratas! ¡Tengo un ojo vago! ¿A la vejez un ojo vago?, pregunté. Resulta que no, que siempre lo he tenido. ¿Y desde los 17 años llevando gafas y pasando por muchos oculistas nadie me lo había detectado? En fin...
Como el problema ahora es la vista cansada, toca cambiar de gafas a unas con cristales progresivos. ¡Qué precios, la madre del cordero! Me habría salido más barato ir a Londres a ver a Richard Armitage con mi amiga. Menos mal que se pueden financiar a doce meses sin intereses. Gracias a Dios que me he acostumbrado enseguida a ellas y ya puedo leer sin problemas.
2 comentarios:
Si que es un sufrimiento ir al examen de la vista. Yo estoy requiriendo del lente intraocular para componer la catarata que se me ha formado debido a mi desprendimiento de retina.
Conchi, no sé si es consuelo, tengo gafas desde hace dos años, para leer. Son cosas de la edad.
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