Sinopsis:
Diez meses después del último beso con Noah, Marina trabaja en Roma y piensa en él, y le siente, pero empieza a olvidar su tacto.
Diez meses después, Leo sigue cubriendo su cuerpo de tinta, alejado de sus flores y siendo el solista de Al borde del abismo, pero ha perdido la ilusión.
Diez meses después surge la oportunidad para que Noah pueda dejar una huella imborrable, y sus caminos vuelven a unirse.
Esta es la segunda parte de la bilogía Fugaces pero eternos, de Alexandra Roma, cuyo volumen inicial, La noche que paramos el mundo, tan buen sabor de boca me dejó. Tanto, que me apetecía mucho continuar la historia de Marina, Noah y Leo, un triángulo casi equilátero de amistad, amor y pérdida, además del devenir de los personajes secundarios que complementan sus existencias de manera tan divertida.
La semilla de lo que sucede en esta continuación estaba bien plantada y arraigada en el primer libro. ¿Hay lugar para la sorpresa? Poco. Ni falta que hace, porque la autora lo cuenta tan precioso que da gusto leerla.
Me ha hecho recuperar la fe en la novela romántica. Lástima que sea una excepción en un océano de mediocridad.
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