viernes, 5 de diciembre de 2008

Una historia egipcia II

Por lo pronto sabed que en las inscripciones de dicha tumba, el señor decía cosas como “Yo soy el principio y el fin de todos los hombres” (traducción aproximada, mi egipcio es bastante macarrónico y deja mucho que desear, je, je), “Llevé el grano hasta Dendera, a través de las barreras que habían puesto en el río” y, en la única inscripción en la que se digna aludir al faraón, “Hapy (=la inundación) vino para Neferkare Nebtuhotep” (siendo el cartucho que aludía a dicho faraón más bien chiquitito y situado bajo el talón de la figura que representaba a Ankhtify, lo cual, en una cultura tan simbólica como la egipcia, tiene un inequívoco significado)
En resumen, que las inscripciones de la tumba de Ankhtify nos dicen:
- Soy la pera limonera.
- Paso de los reyes de Tebas, que no son más que un estorbo.
- Al faraón que le vayan dando ¡Váyase, señor Nebtuhotep!
Aparte de constatar el hecho de que Ankhtify estaba encantado de haberse conocido, estas inscripciones son muy importantes, ya que nos muestran el paso de la mentalidad del Imperio Antiguo, en la que la valía de los individuos emanaba, como todas las cosas, de la persona del faraón, a la del Imperio Medio, en la que, aun respetando el papel religioso, político y militar del faraón, el individuo pasa a valorarse por sí mismo, por lo que hace en vida, con lo cual tiene derecho a preservar su cuerpo para el más allá, presentarse ante Osiris y que éste pese su alma para saber si es más ligera que Ma’at, la pluma que representa el equilibrio cósmico. Esto, respecto de la religión oficial del Imperio Antiguo, es toda una revolución. No sólo el faraón, los príncipes y los grandes dignatarios: todo aquel que pueda permitírselo tiene un sitio en el más allá.
Pero bueno, esto estaba aún gestándose en tiempos de nuestro amigo Ankhtify de Mo’alla. Lo que, desde luego, él tenía muy claro, era que se merecía una tumba de dimensiones faraónicas, faltaría más. El único problema con el que se encontraba eran los recursos: las pirámides comme il faut costaban un pico y, por mucho que sacara pecho, él no era más que un cacique de provincias.

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