martes, 10 de diciembre de 2013

Hasta siempre, Nelson Mandela




Aunque hace casi una semana que Nelson Mandela se fue, no quiero dejar pasar su recuerdo. Ha fallecido, pero nos deja su liderazgo, su espíritu de paz y su capacidad de reconciliación. Como reza un tuit de mi amigo Luis: "La muerte de Mandela nos recuerda su vida, y que la política puede ser una actividad noble, y no el refugio de depredadores y mediocres".

Adiós a un enorme ser humano del que todos deberíamos aprender.


Nelson Mandela, que dirigió a Sudáfrica en su emancipación del gobierno de la minoría blanca, fue el primer presidente negro de su país y se convirtió en un símbolo internacional de dignidad y tolerancia, murió el jueves por la noche, según anunció el presidente sudafricano, Jacob Zuma. Tenía 95 años.

Mandela había dicho hacía mucho tiempo que quería una salida discreta, pero el periodo que pasó este verano en un hospital de Pretoria fue un clamor de disputas familiares, medios de comunicación ávidos de noticias, políticos en busca de atención y un derroche nacional de afecto y duelo. Al final, Mandela falleció en su casa, a las 20.50 hora local (19.50 hora peninsular española), y será enterrado, de acuerdo con sus deseos, en la aldea de Qumu, donde se crió. A principios de julio una orden judicial decretó que se volvieran a enterrar allí los restos exhumados de tres hijos suyos y de esa forma puso fin a una pelea familiar que había causado sensación en los medios.

La lucha de Mandela por la libertad le llevó desde la realeza tribal hasta la liberación clandestina y de allí a trabajar como preso en una cantera, para culminar en el despacho presidencial del país más rico de África. Y entonces, al acabar su primer mandato, a diferencia de tantos revolucionarios triunfadores a los que consideraba almas gemelas, rechazó presentarse a la reelección y de buen grado entregó el poder a su sucesor democrático.

La pregunta más habitual a propósito de Mandela era cómo, después de que los blancos habían humillado de forma sistemática a su pueblo, habían torturado y asesinado a muchos amigos suyos y le habían mantenido encerrado en prisión 27 años, podía tener tal ausencia de rencor.

El gobierno que formó cuando tuvo la oportunidad de hacerlo fue una fusión inimaginable de razas y creencias, que incluía a muchos de sus antiguos opresores. Al ser nombrado presidente, invitó a uno de sus carceleros blancos a la toma de posesión. Mandela venció su desconfianza personal, rayana en el odio, para compartir el poder y un Premio Nobel de la Paz con el presidente blanco que le había precedido, F. W. de Klerk.



Como presidente, entre 1994 y 1999, dedicó grandes energías a moderar el resentimiento de su electorado y a tranquilizar a los blancos que temían la venganza.

La explicación de esa ausencia de rencor, al menos en parte, es que Mandela era algo que escasea entre los revolucionarios y los disidentes morales: un hábil estadista, que no tenía problemas para hacer concesiones y se impacientaba con los doctrinarios.

Cuando se le hizo esa pregunta a Mandela en 2007 —después de un tormento tan salvaje, ¿cómo controla el odio?—, su respuesta fue casi desdeñosa: "El odio enturbia la mente. Impide ejecutar una estrategia. Los líderes no pueden permitirse el lujo de odiar".

http://internacional.elpais.com/internacional/2013/12/06/actualidad/1386356936_122339.html



2 comentarios:

carolina dijo...

Me temo que yo no sería capaz de seguir el ejemplo de Mandela. Es más, debo ser de las pocas personas que no lo encuentran especialmente meritorio. Por una sencilla razón: aunque entiendo que hay poderosos motivos para dejar a un lado el odio y la venganza, soy una decidida partidaria de ambos cuando por parte del ofensor no hay penitencia ni muestra de arrepentimiento. Mi lema moral es: "quien la hace, la paga". Por eso, jamás estuve de acuerdo con su "Comisión de la verdad". Para mí no es suficiente con que se esclarezcan los crímenes de uno y otro bando. Quienes los han perpetrado, deben pagar por ellos, porque el dolor sólo con dolor se paga.
Sé perfectamente adónde lleva eso: a una interminable espiral de violencia y venganza. Cierto. Pues que así sea, hasta que nos destrocemos mutuamente o aprendamos que no hay que romper la baraja, que no hay que ser el primero en agredir, porque a ello seguirá el castigo legal o la venganza legítima. Lo único que jamás admitiré es la impunidad: reduce a las víctimas a la nada cósmica, les niega un lugar en el universo. Porque si quien les causó tanto dolor se va de rositas, es como si lo que a ellos les pasó no importara absolutamente nada.
Así pues, entiendo el camino de Mandela: es lo más útil para que una sociedad salga adelante, y admito que denota mayor grandeza moral. Pero no lo comparto, en absoluto. El precio es demasiado grande, y tal vez los índices de violencia en Sudáfrica son un indicio de que hay una parte de su sociedad para quienes la herida se ha cerrado en falso.

Johnny dijo...

Descanse en paz